lunes, 25 de mayo de 2009

1. Negra Inés, los que van a morir te saludan

Con esta mujer muere una generación fundadora y pionera de la bohemia porteña que inauguró los esplendorosos años 50 del siglo pasado

SOLA, CANCERÍGENA, AGONIZANTE y media loca en una de las pestilentes salas del Van Buren ha muerto la Negra Inés. Más triste y desolado aún fue su sepelio: cuatro personas aparte de su familia que no superaron a los acompañantes, entre su hija, nietos y yerno. No alcanzaron, así, a ser diez quienes ese mediodía, desde la parroquia San Vicente de Paul (ahí entre Gran Bretaña y la avenida Playa Ancha) hasta el cementerio del mismo cerro, acompañaron a la sin duda más famosa y legendaria cabrona que haya tenido el Barrio Puerto en la segunda mitad del siglo XX.

Mucho se decía sobre la Negra Inés. Al Terremoto fue al primero que le oí mentarla. Recuerdo como si fuera hoy, una tarde, en uno de los bares de la Echaurren (cuando la madeja de la historia del Puerto era no menos que un embrollo en mi cabeza y que el libro La Cuadra no tenía ni siquiera una oración escrita), luego de acosarlo no sé cómo con preguntas, éste me habló de ella.

Hasta entonces tenía relatos de algunos músicos, de cafiches, de garzones, de homosexuales, de lavanderas, de vecinos que se criaron e hicieron su vida ahí en Cochrane, en La Cuadra. Pero no tenía la voz de la mujer principal: la prostituta que le dio vida y calor a los tantos prostíbulos que allí funcionaron. Necesitaba perentoriamente un dato, un nombre, una dirección. Necesitaba el testimonio femenino. Pero lo que me dijo El Terremoto (y que después me lo confirmó certeramente El Justiciero) me sirvió de poco o nada. Más bien fue un dato desalentador.

"Mira -me dijo- pa' ver a una prostituta tendríai que ver a una vieja que es cabrona, es re jodía. Esa e' una de la' cabrona', e' la cabrona que que'a aquí en el Puerto. Esa to'o lo que tiene lo tuvo gracia' al fina'o Maricón Humberto. El Maricón Humberto, cuando se enfermó, ella lo cuidó hasta que murió y, en agradecimiento por haberlo cuida'o, el fina'o le regaló los prostíbulo', le regaló to'o: la señora Inés, la Negra Inés, le dicen. Es una de las má' antigua'. Compró hasta los espejos de los Siete Espejos. Esta vieja es vieja antigua, es má' antigua que nosotro'. Es media jodía, está media chalá de repente, tení que pillarla en un día güeno. Es de la' antigua' porque yo llegué de 7 año' a La Cuadra y la vieja debe haber tení'o 18, así que la vieja debe andar bordeando, fácil, los 75 año”

Al principio pensé que se trataba de una simple apreciación personal de estos viejos que por cuestiones del pasado (que ellos no más entienden) me estaban negando la posibilidad de contar con uno de los relatos más apasionantes y relevantes de la vida bohemia y prostibularia de las casas de citas del Barrio Puerto. Pero no se equivocaron. Pese a todos los intentos que hice, fueron todos en vano. O en realidad no tan en vano porque, claro, de alguna manera, su manifiesto rechazo de hablar sobre su pasado, su intento de pasar inadvertida en un mundo que la conocía y reconocía la hacía a su vez un personaje doblemente interesante y enigmático. La cuestión es que nunca pude sacarle palabra alguna a esta vetusta, prostituta y cabrona porteña.

Pero, ¿por qué ocultar su pasado? ¿Qué mundo de pasiones atesoraba esta mujer que dicen haber sido analfabeta, pérfida con sus protegidas, amante del Ñato Raúl, choro porteño (de los choros de verdad), heredera de los bienes del Maricón Humberto, entre otros tantos rumores que tejen los viejos del Barrio, para no querer compartir con nadie ni nada sus secretos? Sin duda hubiese sido enriquecedor para nosotros (arqueólogos de nuestro pasado, desenterradores de nuestra memoria local y popular) haber contado con el testimonio de la Negra Inés.

Hasta hace muy poco, la Negra Inés, era la última persona viva de un grupo de sujetos entre cafiches, cabrones, prostitutas y delincuentes que juntos constituyeron una historia sociocultural que se ha mantenido en la memoria y en el imaginario colectivo del porteño, y que se desarrolló y extendió hasta la mañana del 11 de septiembre de 1973.

Murió la Negra Inés. Es una pena, es una pérdida incalculable para la historia oral del porteño, puesto que antes que ella no se conoce, definitivamente no hay testimonio oral, sólo historia escrita o bien los recuerdos vagos de los que entonces eran apenas unos niños. Con esta mujer muere una generación fundadora y pionera de la bohemia que inauguró los esplendorosos años 50 del siglo pasado. Pero también con ella se fue la historia de las subjetividades, de ese torrente de pasiones y pulsaciones que no caben en ningún libro de historia.

Todo ese mundo marginal, suburbano, que giraba en torno a la fiesta, al sexo, al dinero fácil, al contrabando, a la comida, al trago, al sexo; toda esa cosmovisión popular de amores y desengaños, de traiciones y lealtades, de odios mortales y de amistades inquebrantables, se fue en gran medida con la Negra Inés. Sólo los viejos que por ahí pasaron: por el 35, por el 45, por el antiguo Louisiana y otros tantas casas de hueveos, saben lo que con su muerte la regenta Inés se llevó.

Con el silenciamiento irremediable de la Negra Inés se fue una parte importante de lo que fue la época dorada de la antigua bohemia porteña. Hoy sólo nos queda El Justiciero, que ya enfermo, solo y abandonado espera su turno. Está además El Terremoto que, aunque más joven, algún día también (como todos y cada uno de los que hicieron de La Cuadra un modo distinto de vivir la vida) le seguirá los pasos a doña Inés.

Así, como siempre, en este devenir histórico y aunque los sujetos populares no cuentan ya que no son importantes en la historia oficial que arman las naciones, la Negra Inés igual tiene su sitial asegurado. Ahora descansa (en paz o en discordia) en el panteón popular donde únicamente tienen cabida los verdaderos próceres de la noche porteña.