jueves, 1 de septiembre de 2011

Memoria y oralidad. Rescate y promoción de nuestro patrimonio intangible1


Quisiera partir esta charla con ustedes, un diálogo que tiene que ver con el patrimonio de esta ciudad, invocando, precisamente, algunos recuerdos de mi niñez como viñamarino. Recuerdos que se comenzaron a generar con el hecho de venir a trabajar a esta universidad, como lugar físico específico, y que se fueron intensificando en el contexto de un curso que dicté a castellano llamado Comunicación oral. Fue en una de las clases donde pregunté a mis alumnos si tenían o no idea del pasado histórico del sector que hoy ocupa el circuito Universidad las Américas. Como era de esperar no conocían más de los que hay. O sea, el mall que nos sostiene, este edificio y en general todo el espacio circundante, de edificios, negocios y dependencias modernas.  Cuestión que me pareció justificada, tanto por la edad de la mayoría de mis estudiantes, como de sus orígenes y procedencias, es sabido que muchos provienen de zonas interiores u otras regiones.

Lo cierto es que, intenté explicarles, estamos asentados en un lugar que tiene una larguísima y poderosa historia para el desarrollo de esta ciudad. Y es así como comencé a recordar hitos que fueron configurando este antiguo sector, hoy convertido en el epicentro urbano moderno y comercial de Viña, en el de hace a los menos treinta años atrás.

De partida, recordarán, los mayores, no había mall, ni negocios, ni farmacias, ni esa mole de edificios que nos rodea, sino, un espacio social y cultural regido en gran medida por la omnipresencia de lugares emblemáticos como el Regimiento Coraceros, fábricas de todo tipo, hacia el mar, el Muelle Vergara, entre otros espacios urbanos y de esparcimiento que le daban a este sector un color local particular. Era sin duda un cordón industrial que congregaba a cientos de trabajadores, empleadas domésticas, militares.

Cómo no traer a la mente, por ejemplo, que aquí al frente, en el Coraceros, el jinete militar Alberto Larraguibel dio, junto a su inolvidable caballo Huaso, el salto alto hasta ahora jamás superado, marcando un record mundial de 2 metros, 47 centímetros, en el año 1949. Entrañable hazaña ecuestre lograda a pasos de aquí, donde hoy se hallan edificios que apenas conservan el nombre de recinto militar. Pero lamentablemente no sólo de triunfos está marcada la historia del Coraceros, no olvidemos que como tantos otros recintos y cuarteles militares, fue centro de detención y torturas, de vejámenes y violaciones a los Derechos Humanos.

Así y todo, podríamos reconstruir la historia de este sector variopinto que, sin duda, forma parte fundamental del desarrollo de esta ciudad. Aunque hoy ya no estén estos espacios de antaño, y que los viejos se vayan muriendo, queda no obstante el recuerdo que la espectacularidad del capitalismo acelerado no podrá borrar. Estamos hablando desde un lugar con historia. Las  dependencias de esta universidad, así como todo el entorno llevan el sello de una historia que no está escrita y que se conserva sólo en la memoria de los más viejos, una memoria que por cierto se transmite eminentemente de forma oral.

Es a través de este medio, de la oralidad, y por el recuerdo de quienes conocieron esta realidad antes de ser lo que hoy es, como me enteré de una serie de otros hechos o situaciones que le van dando cada vez más espesor histórico a esta zona de 15 Norte. Entre otras, por ejemplo, que al otro lado, opuesto al Coraceros, se hallaba el antiguo Coliseo Popular, lugar que congregaba cada fin de semana a cientos de fanático aficionados al boxeo. Hoy es la Plaza O’Higgins, lugar que está sin ser casi visto, como una suerte de patio trasero de este Shopping-Center, el más grande de la Quinta Región y, diría, uno de los mayores a nivel nacional. Otro hito lo determina, como dije, la industria textil, comenzando con la Gratry, justo donde hoy está el Líder, así como estaba la fábrica de medias Karam, la de dulces, Ambrosoli, y, para la costa, el Sanatorio Marítimo San Juan de Dios, frente a la antigua y ya extinta barraca Valdivia. Todo un universo diríamos de vida febril que ha desaparecido.

Ahora bien, como aquí no vengo a hablar de la historia de este sector, debo explicar por qué este preludio histórico si en realidad, y basta con darse una vuelta,  ya nada de lo hasta aquí evocado existe. Para los más jóvenes sólo hay lo que se ve. Y lo que se ve es este atractivo centro comercial, como dije, epicentro de la movida viñamarina actual.

Y es justamente esta dicotomía entre presencia y ausencia lo que marca el elemento fundamental de lo que quiero transmitir esta mañana a ustedes. En eso que está pero no está se halla la clave de esta ponencia, porque será la memoria oral, o sea lo que traemos del pasado al presente, por medio de la palabra hablada, lo que permite que lo que ya no está siga estando. En otras palabras, en la medida que recordemos y que estos recuerdos los transmitamos de boca en boca, como yo mismo me enteré de lo que acabo de contarles arriba, seremos capaces de revitalizar el pasado.

Para eso intentaré explicar algunos conceptos básicos para que podamos ir entendiendo mejor de qué se trata el tema de la memoria oral, el patrimonio y su carácter de intangible o inmaterial.

Digamos primero que debiéramos decir memoria en vez de recuerdo. Porque si bien se usan indistintamente, para quienes trabajamos estos temas no son lo mismo. Digamos primero que, y de  acuerdo a filósofos como Walter Benjamin, quien pensó estos y otros problemas relativos a la modernidad, existe lo que se llama el recuerdo voluntario, se trata, éste, de una acción selectiva y consciente de parte del sujeto pensante que elige arbitrariamente hechos del pasado para traerlos al presente. Es un acto común en todos. De toda nuestra vida, escogemos ciertos hechos, los que más nos gusten, o al revés, nos desagraden, y los instalamos en el momento presente, dándole una vigencia actual y sin la cual se mantendrían ocultos en los más recónditos de nuestras experiencias. Pero también está lo que Benjamin denomina memoria involuntaria. Esta, contraria al recuerdo voluntario, es un acto completamente inconsciente, ajeno a nuestra voluntad, donde nosotros no decidimos y en el que los hechos del pasado aparecerán no selectivamente sino de forma espontánea. Sin tener la menor idea de querer recordar algo, surge, intempestivamente, de súbito, a veces sorprendiéndonos. El recuerdo voluntario al ser selectivo oculta cosas del pasado que quisiéramos no remover, y saca otros que sí queremos evocar. Aquí no hay azar: es un estar revisando el pasado con los ojos abiertos. En cambio, la memoria involuntaria actúa casi de manera autónoma, ella elige qué cosas traernos de nuestra historia de vida. Al decir uno hagamos recuerdos, está aplicando la primera fórmula porque busca, por lo general, hechos que le son útiles, ya sea para estar más alegre o bien para ofender o desquitarse de alguien o algo. Sin embargo, la memoria involuntaria al operar no racionalmente, sino por medio de los sentidos, constituye parte integral de nuestras vidas, porque de esa memoria estamos hechos, de sensaciones, de olores, de sabores, de palabras, de experiencias que no son necesariamente explicables en forma racional o lógica. Sucede cuando olemos un perfume, o gustamos de un sabor extraño, u oímos una voz particular, inmediatamente, entonces, evocamos una situación, un hecho, una parte fundamental de nuestra existencia que no se reduce a una aventura puntual. La memoria involuntaria suele trascender, por eso, los hechos específicos: hablan de una realidad más compleja, de etapas más largas, en fin, de nuestra identidad personal y colectiva.

La pregunta ahora es si al armar esta pequeña historia del sector que nos rodea, cuál de las dos fórmulas operó, si el recuerdo voluntario o la memoria involuntaria. Digamos que los dos. Sí porque, cuando yo mismo intento evocar, hago el esfuerzo de acordarme de cuando pasaba por aquí para ir al colegio o cuando venía a ver a un amigo al Sanatorio Marítimo. Selecciono cosas que me puedan servir para esta ponencia y dejo otras fuera que creo que no servirían para la ocasión. En este sentido entonces estoy aplicando un recuerdo voluntario y completamente selectivo, arbitrario, lógico. Pero también me invade la memoria involuntaria. Claro, porque en esta reflexión de intentar recordar cosas para poner en el papel, surgieron una serie de situaciones que trascienden, que van más allá de este simple hecho de recordar este antiguo sector. En el fondo, involuntariamente evoqué mi niñez, el colegio, mi primera juventud, mi pasado que es mi presente a la vez, porque ese que pasaba por aquí hace veinte o treinta años es el mismo y otro a la vez. En otras palabras, la memoria involuntaria me hizo volver a mí mismo, a retomar mi historia de vida y reafirmar quien soy. Porque, obviamente uno no es un par d experiencias no más, es muchos más, uno es la edad que tiene. Yo soy cuarenta años, y mi memoria involuntaria se mueve libremente dentro de esos cuatro lustros. Esta es la gracia de la diferencia. Uno apunta a lo particular, en cambio el otro a lo universal, en cuanto todo lo que somos.

Mismo ejercicio tuvieron que hacer los más viejos a quienes recurrí en estos días para que me ayudaran a armar esta historia. Ya que sin ellos habría caído en una serie de imprecisiones, vacíos o mentiras o, en el mejor de los casos, tendría que haber inventado. Pero no es la idea. Se trata de configurar un relato cierto, el que no se puede hacer sino con otros: mis papás, vecinos viejos, un señor de un negocio antiguo, etc.

Esto nos lleva inmediatamente al segundo tema que quisiera abordar aquí. Al del carácter colectivo de la memoria oral. Digamos que tuve la posibilidad de prescindir de cualquier relato oral, o sea, de no haberle preguntado a nadie y lisa y llanamente haber acudido a una biblioteca o Internet y comenzar a leer todo lo que hubiera aparecido sobre la historia de este sector. Seguramente habría sido mucho más fácil. Me habría ahorrado tiempo en escuchar relatos, evitado imprecisiones ya que no todas las versiones coincidían. Unos decían que el Coliseo funcionaba sólo los fines de semana, otros que cualquier día, dependiendo de las peleas. Algunos no se acordaban de los nombres de las textiles pero todos sí coincidían que eran grandes y que daban trabajo a cientos de operarios, y que en las tardes las fuentes de sodas se llenaban de risas y encuentros. En cuanto al tiempo, no todos sabían qué año exactamente pero sí tenían claro que era por los cincuenta o sesenta o setenta y no porque hubiesen llevado el cálculo matemático, sino simplemente porque coincide con otros hechos de sus vidas para ellos relevantes: cuando pololeaban, cuando iban a los continuados del cine Oriente, cuando se murió tal o cual persona, cuando se casaron, etc. Sin duda operó en ellos también el recuerdo voluntario como la memoria involuntaria.       

Pero el costo y las imprecisiones de esta fuente oral, trae consigo un valor incuestionable cual es la configuración de la historia a partir de dos elementos claves: la oralidad y la colectividad, en la reconstrucción de la historia. Una historia que no está dada de una vez, sino que se debe rearmar desde las distintas partes, de los múltiples y hasta contradictorios retazos orles emergidos de la memoria como del recuerdo personal. Exige, por tanto, un esfuerzo de mi parte, como sujeto que busca recrear una historia, el esfuerzo de aunar visiones dispersas y que, sin duda, el libro o cualquier versión impresa sobre la historia ésta me habría ahorrado. Con la grave diferencia que la historia escrita, esa historia oficial, individual y muchas veces legitimada del historiador, impone una pura y única versión de los hechos, la del propio historiador, quien ha podido, con calma y seguridad, disponer las ideas de acuerdo a un orden cronológico, selectivo y jerarquizado, dependiendo siempre de su personal y antojadiza voluntad. No hay en él, por cierto, esa espontaneidad de quienes me relataron los hechos a viva voz. Seguramente es preciso en los hechos y sus fechas pero, y eso es trascendental, su relato escrito carece no sólo del contacto físico con su receptor, sino también de una pluralidad que únicamente el relato colectivo oral lo puede brindar. Lo suyo es su interpretación, monológica e individualista, del pasado de este sector. No digo que no sirva. Sólo que no es la única válida y que, en el mejor de los casos ´puede ser complementaria de una versión más integral y fidedigna. Digamos, entonces, que en la lectura libresca habla alguien que no necesariamente pudo haber vivido este momento. Puede ser que sea de otra ciudad o país y que escriba de acuerdo a lo que leyó o escuchó, en cambio, en el caso de los hablantes directos o primarios, lo son en cuanto experienciaron esta historia, o sea, son parte de ella, estuvieron involucrados en los hechos, estaban ahí, como están acá, porque son ellos los que hablan en estas líneas.

Siendo así, entonces, el rescate de la tradición oral es fundamental para reconstruir una historia social porque quienes relatan la historia son los mismos que la vivieron, es decir, los que la hicieron. Fueron ellos los que vinieron al Coliseo a ver peleas, por ejemplo. En este sentido están más próximos a la historia ya que la historia siempre es colectiva, jamás es individual. Relata hechos sociales en la que lo principal es la relación interpersonal. Incluso si yo escribo mi autobiografía, el sentido capital de ella estará dado por las acciones que experimenté con los otros. El amor, la amistad, la fraternidad, son experiencias comunes, nunca privadas. A menos que quiera escribir sobre mis pensamientos abstractos, meditaciones, reflexiones filosóficas, pero eso ya no es historia y si lo es, es no es la que nos interesa recuperar acá.

Ahora, si la memoria oral está en la base de la comunidad que se reconoce como parte de un colectivo: viñamarinos, porteños, chilenos, latinoamericanos, o de gustos o tendencias: caciques, chunchos, caturros, pacifistas, veganos, ecologistas, etc., emerge otra idea esencial para entender la historia: la de identidad, que a su vez va ligada al de sujeto. ¿Qué es la identidad? ¿Quién es el sujeto?

La identidad es aquello que nos define como sujetos. Todo sujeto comporta una identidad, algo que le distingue y diferencia del otro que no es idéntico a él. Pero revisemos, primero, la noción de sujeto. Desde la historia de las humanidades entendemos sujeto como aquel ser que con la emergencia de la modernidad (fines del siglo XVIII) se libera de la tradición religiosa, o de una cosmogonía circular, que le impedían su libre desenvolvimiento, es decir, no le dejaban decidir su propio destino, estaba re-ligado a los designios de la naturaleza o de Dios. Con la modernidad, esta sujeción se rompe y pasa de ser objeto (de Dios, de la Tierra) a ser sujeto o “sujetado”, pero “sujetado” por él mismo. Es él, quien, por medio del discernimiento (distinto a la fe y las supercherías) trazará su propio destino. Adquiere consciencia de sí y a partir de esta nueva condición, deberá desarrollarse como un individuo portador de una identidad que le definirá en el contexto social moderno. El esclavo no es sujeto: está sujeto al amo. El penitente medieval tampoco lo es: es sujeto de Dios. Nosotros en cambio, seres pensantes, somos también sujetos pero sujetos de nuestros propios actos. A eso refiere el libre albedrío.

En este trazar el propio destino se halla el desarrollo de la identidad. La identidad es aquello que el sujeto se construye. La identidad no es dada, sólo la de tipo universal, como la natural, de ser humano, o la sexual, de género, son dadas, porque se viene con ellas. Pero la identidad, como rasgo social determinante no viene dada: se debe construir. El sujeto se la debe forjar a lo largo de su vida, que en el fondo es su historia y una historia que, como dijimos, nunca es individual sino comunitaria y colectiva. Entonces si la identidad debe construirse en la vida, podemos deducir pues que la identidad es un hecho histórico y relacional, porque el sujeto la construye siempre junto a otros. Yo sé quien soy porque sé que no soy tal o cual. Ese es el principio primero de la identidad. De ahí, que, como vemos, para establecer la identidad se requiere de al menos uno más, o sea, un grupo, una comunidad. De nada sirve yo decir que soy profesor, hombre, viñamarino o pesado o simpático o feo o lindo si no hay otro que no sea profesor, ni hombre, ni viñamarino, etc. Soy quien soy porque hay otros que no son como yo.

Ahora bien, si la identidad se construye puede haber algunos que no la construyan o que la construyan deficientemente. Esto es clave para entender el problema de la sociedad actual, en cuanto a la falta de espesor identitario. Si la identidad se hace con y en los otros, quien no se relacione, en y con los otros, difícilmente podrá tener una identidad de peso, espesa, densa o consistente. Es decir, si alguien no tiene amigos, si no sale de su casa, si se la pasa en Internet y no comparte con nadie, personal, histórica y realmente, estaría descuidando la función suya de construirse una identidad. Y en consecuencia tendría una suerte de vacío interior que lo debilitaría como sujeto histórico. No podría relacionarse, le costaría entablar relaciones societales, etc. Y al no tener ese contacto humano con el otro quedaría en desventaja frente al mundo porque no sabría a qué atenerse, quedaría vulnerado, sería permeable ante cualquier situación que le pudiera atentar. Por de pronto la violencia, el consumismo, el odio, la frustración o el exitismo. Todos muy comunes hoy día porque, en efecto, el mundo actual no favorece la creación y el fortalecimiento de la identidad relacional. Al contrario, promueve el individualismo, la desconfianza, la soledad, el egoísmo. Porque todo esto al sistema mercantil, al capitalismo acelerado, le conviene. Para la economía de mercado lo ideal es tener individuos de poco peso identitario, sin capital cultural, porque en ellos puede entrar más fácilmente. Al pasarse la gente más tiempo sola, está más propensa a ser vulnerada (por otros o por sí misma). Sería fácilmente engañable, consumiría cualquier cosa, ya que no habría nadie que le muestre otra alternativa, que lo conflictúe, que le complique, pero a su vez le enriquezca, su experiencia vital, que se la llena de sentido. Pero esto también puede desembocar en un potencial asesino, como el de Noruega. Es difícil que en grupo se acuerden actos tan deshumanizadores. Siempre habrá alguien que estará en desacuerdo y que hará que la vida se replantee. Por eso, es tan importante en las familias escuchar a los abuelos y a las abuelas porque ellos, con todo, tienen una mirada distinta que harán hacernos reaccionar.

De este modo vamos, espero, dándole sentido al título de la ponencia. Pero falta aún referirnos a lo que es patrimonio y, particularmente, al patrimonio intangible. La RAE, como es sabido, define como patrimonio aquello que se hereda del padre, no obstante, desde una perspectiva más amplia se extiende al conjunto de bienes materiales o no que una sociedad determinada recibe de sus predecesores y que, aquello que recibe, por distintas razones, contiene lo que se llama un capital sociocultural, o sea, un valor histórico que las generaciones posteriores legan, son depositarias.

Hay distintos tipos de patrimonios que la comunidad hereda y es tan amplia la definición que va desde lo natural, como nuestro mar o la cordillera (en Venezuela hay un relámpago, el Catatumbo que busca ser patrimonio por la Unesco), hasta el de carácter cultural, donde cabe lo tangible, o material, y lo intangible, o inmaterial. A estas alturas no hay dudas que las iglesias chilotas, que los restos arqueológicos encontrados de los antiguos indígenas o que el Castillo Wullf, son parte indiscutible del patrimonio local y nacional. Efectivamente porque son obras que funcionan como testimonio de un pasado histórico. Hablan por sí mismas. Son el reflejo de un momento que nuestros antepasados plomaron, como una forma de vida. Se puede aprender de ellos. El patrimonio arquitectónico es como un libro abierto. Las iglesias o el Castillo nos hablan de una manera de construir, de una forma de habitar el espacio, de una manera especial de usar los materiales, de la relación que había entre el hombre y el objeto. Tocar una piedra tallada hace miles de años, de cierta forma nos conecta con el artista milenario que la intervino y entrar, así, en contacto con la historia que también es un patrimonio, la reunión de todos los patrimonios. Por eso es tan importante rescatar este legado y cuidarlo, para que otros también tengan la posibilidad de conocer la historia social y cultural de nuestro pueblo. Esta es una labora clave que cumple la Unesco y ciertos organismos oficiales encargados de reconocer y proteger.

Pero hay otro patrimonio tal vez menos protegido ya sea por su condición inmaterial, por su poca visibilidad o porque, en el fondo, resulta un poco más escabroso detectarlo para luego cuidarlo. Me refiero al patrimonio intangible. O sea, hablo de los cantos, de los valores, de las tradiciones, de las creencias. Pero de manera importante de la memoria oral, porque, como vimos recién, en ella está el verdadero legado de nuestra historia que es colectiva. En los dichos, en los chistes, en las expresiones del habla popular se conserva un riquísimo capital intangible que creo no sólo no se reconoce sino que se descuida. Incluso con la aparente protección de los órganos institucionales.

La razón principal d este descuido radica creo yo, en que el patrimonio intangible de tipo oral va a dar siempre cuenta de una realidad que a veces no querrá ser oída. Voy a poner como ejemplo lo que sucedió hace algunos años con la designación de Valparaíso como Patrimonio de la Humanidad. Recuerdo que revisando el mapa que designaba los límites entre lo patrimonial y lo que no lo era, estaba claramente demarcado el Sector Puerto desde plaza Sotomayor hasta la Echaurren, incluyendo, por cierto, la Matriz, el Mercado y algunas casonas viejas pero no estaba, porque ahí estaba la marca, el sector de La Cuadra cien metros de la calle Cochrane hacia la Aduana hoy en absoluto deterioro pero hasta el golpe de estado del 73, el principal punto de encuentro de la bohemia porteña. Este espacio social y no sólo lugar porque el espacio se construye, lo erige el hombre en su relación cotidiana, llegó a ser famoso por el estilo de vida popular, agitada y licenciosa, que le  caracterizó por décadas. Allí funcionaron decenas de negocios entre prostíbulos, boites, cabarés, bares, fuentes de soda, moteles, restoranes, salones de baile, casas de citas, casa de cenas. Pero ahora ya nada de eso hay. Es pura ruina, deterioro, desecho. Por eso que no está dentro de la demarcación oficial, porque ahí no se ve nada como para ser reconocido y rescatado. A menos que hagamos el esfuerzo de ver lo invisibilizado. Y entonces encontraremos una serie de sujetos históricos que deambulan por ahí llevando consigo en forma indeleble lo que vivieron en este sector marginal y fronterizo. Una forma de vivir en base a relaciones fraternas, donde la lealtad y el honor eran tesoros incuestionables, para muchos su único y principal aprendizaje, su escuela de la vida. Pero a eso se llega sólo desde la memoria involuntaria, por medio de la pura oralidad, que es intangible. Porque libros no hay: sólo la memoria de viejas prostitutas, artistas, homosexuales, delincuentes, comerciantes, alcohólicos que se muren, que se han muerto.

Entonces que sucedió aquí. Por qué no está esta intangibilidad patrimonial insoslayable para la historia del Puerto, de Chile, de América Latina y del mundo. Simplemente no está porque no conviene que esté un discurso identitario, una versión de la historia que no se avenga al modelo que solapadamente oculta la oficialidad, tanto del Gobierno central, como, incluso, en parte, la de la Unesco. Y qué es lo que no le convendría a ellos, vale preguntarse.

Al revisar los criterios de denominación, a poco andar uno cae en la cuenta de que el interés principal, al menos del Gobierno de entonces, y con mayor razón el actual, no está centrado en realidades tan escurridizas y complejas como es la identidad del mundo popular u otras realidades más heterogéneas, que en el fondo promueven un discurso siempre crítico y disconforme por cuanto han soportado el peso de la exclusión y la negación de una elite homogenizador. Por eso que usa, de alguna manera, el dispositivo del patrimonio como estrategia de aplacamiento contra lo disímil. Cuando definen patrimonio como algo presuntamente de la nación, lo que buscan las políticas oficiales es persuadir —cuando no obligar— a la sociedad a ser partícipe de ciertos objetos concretos como un mecanismo de integración nacional. De ahí que su interés esté puesto en el capital tangible más que en el intangible. Al ser así, el patrimonio pertenecería entonces sólo a un grupo (a la elite, o a quienes ocupan o son dueños de los bienes materiales), y desde allí se pretende hacer participar al conjunto de la sociedad, como si fueran éstos los códigos propios de la identidad nacional, sólida y consolidada. Siendo que un principio básico es que la identidad se está históricamente haciendo y, en consecuencia, no se puede reducir a una simple fórmula acorde con las del poder hegemónico. La identidad es difusa, compleja y hasta contradictoria. Por eso que el Estado intentará siempre normarla, borrando su heterogénea materialidad.

De este modo, el patrimonio vendría a remediar esa incertidumbre que aqueja a las identidades de hoy, carentes de espesor, móviles y desterritorializadas, y que caracterizan a un tipo de sociedad como la nuestra. De ahí pues el interés del Gobierno en promover el Día del Patrimonio Nacional, de ahí también la apertura una vez al año para que apreciemos con asombro todas estas casonas y castillos, que presuntamente vendrían a “orientarnos” en cuál es nuestra identidad, cuál o cuáles son los referentes que como nación definen lo que somos. Al parecer, para algunos, es en estos lugares donde se hallaría el capital cultural heredado de nuestros antepasados y no en las formas de vida que se mantienen aún en la marginalidad: en la oralidad que sigue manteniendo viva una cosmovisión de carácter popular, alternativa, crítica y propositiva contra el sistema que nos aqueja en la cotidianeidad urbana que habitamos.

Finalmente, el llamado que puedo hacer como profesor, como sujeto moderno, con una responsabilidad histórica y social en esta realidad que me toca vivir, es que debemos recurrir al pasado no para contemplarlo desde un pasatismo nostálgico, antes bien, debemos recurrir al pasado porque ahí se halla la verdadera historia de nuestro pueblo. Nuestra preocupación por la historias es actual, acudimos a ella para mejorar nuestro presente, la vitalizamos, le damos sentido real desde acá. De otra forma nada de esto, creo yo, tendría sentido. No podemos, como toda esta mole de concreto lo ha hecho, darle la espalda al pasado porque ahí está vivo el verdadero y principal capital intangible legado por los viejos, que son nuestros padres.
Muchas gracias!
Marco Chandía
Agosto, 2011

1Ponencia V Jornadas de Patrimonio de Viña del Mar, 4 y 5 de agosto, Universidad de Las Américas, Viña del Mar.