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“[…] Escogía La metamorfosis en lugar de El proceso, escogía Bartleby en lugar de Moby Dick, escogía Un corazón simple en lugar de Bouvard y Pécuchet, y Un cuento de Navidad en lugar de Historia de dos ciudades o de El Club Pickwick. Qué triste paradoja, pensó Amalfitano. Ya ni los farmacéuticos ilustrados se atreven con las grandes obras, imperfectas, torrenciales, las que abren caminos en lo desconocido. Escogen los ejercicios perfectos de los grandes maestros. O lo que es lo mismo: quieren ver a los grandes maestros en sesiones de esgrima de entrenamiento, pero no quieren saber nada de los combates de verdad, en donde los grandes maestros luchan contra aquello, ese aquello que nos atemoriza a todos, ese aquello que acoquina y encacha, y hay sangre y heridas mortales y fetidez”. (289-290).
Una entrevista de Iñigo Díaz a Marco Chandía sobre su libro «La Cuadra, pasión, vino y se fue... Cultura popular, habitar y memoria histórica en el Barrio Puerto de Valparaíso».
En La Cuadra, pasión, vino y se fue...,publicada por RIL editores, el autor sale en defensa de la cultura popular «que ha sido invisibilizada detrás del concepto de Patrimonio».
Un óleo de Gonzalo Ilabaca reproduce una escena en el Roland Bar. Un grupo de marineros del buque Jeanne D'Arc celebra junto a señoritas del puerto, famosas por sus piernas torneadas de tanto subir escalinatas. Esta es la portada de La Cuadra, pasión, vino y se fue...,del investigador viñamarino Marco Chandía, publicado por RIL editores.
Allí, La Cuadra no es cualquier cuadra. Es un lugar legendario, situado en el Barrio Puerto, aunque en peligro de extinción. «Esla calle Cochrane, desde Márquez hasta la Plaza Aduana. Esa cuadra estaba en el imaginario de todos los viejos del antiguo Valparaíso: el Terremoto, el Cojo Lucho y el Justiciero, que hoy tiene 88 años y comenzó como garzón del Roland Bar. En La Cuadra había más de treinta prostíbulos, fuentes de soda, boîtes, cabarets, restoranes y todo lo que tenía que ver con el desborde del mundo popular», describe Marco Chandía.
Ese Barrio Puerto tiene tres puntos de referencia: La Plaza Echaurren, el Mercado y la Iglesia La Matriz. Estos representan «tres aspectos de una identidad comunitaria»: el lugar de encuentro, el punto de transacción y el espacio de devoción. «Pero ello está mucho más determinado por la relación del porteño con la Mar, es decir, el mar entendido como el elemento femenino dador de vida».
La investigación de Chandía está basada en la historia oral, que comenzó primero como experiencias vivenciales durante sus años universitarios, «cuando íbamos a los bares del puerto y conocimos a todos esos viejos cañeros que ahora ya no están y que en el fondo eran los dueños de esos bares. El tiempo y el concepto de Patrimonio los fue borrando».
Chandía profundiza en aspectos como el habitar la ciudad, la cultura popular, el sujeto y, sobre todo, la reevaluación de la idea de Patrimonio. Para él es el punto determinante en la desaparición de La Cuadra: «Después de nueve años de que Valparaíso fuera declarado Patrimonio de la Humanidad, ¿en qué ha ayudado? En absolutamente nada».
«Hubo una exclusión aplastante, porque ese Patrimonio se centra en lo tangible y desconoce la oralidad. Yo no estoy en contra de la modernización física. El problema es que todo eso se ha hecho de espaldas a la gente con la lógica 'santiagocéntrica' que viene a 'ordenar' Valparaíso, y que está vinculada al comercio y el turismo», apunta.
¿Qué pasa con el Valparaíso de postal?
«Sara Vial o Manuel Peña Muñoz recrean la nostalgia del Barrio Puerto con Neruda, con una mirada melancólica de un Valparaíso burgués. Es una versión, pero no es la única. Nadie ha entrado a ese otro mundo popular. Es un mundo alegre, pero al mismo tiempo triste, porque es pobre y marginal. Estos señores son casi analfabetos, no han tenido una historia como la de Neruda, que viajaba y tenía casas. Ellos nacieron ahí y quedaron ahí, como ruinas, junto con La Cuadra».
Fuente: Iñigo Díaz / El Mercurio
Cuando yo te estoy cantando,
en la Tierra acaba el mal:
todo es dulce por tus sienes:
la barranca , el espirar.
Cuando yo te estoy cantado,
se me acaba la crueldad;
suave son, como tus párpados,
¡la leona y el chacal!
Atentos señores. En la radio hablan las locutoras trolas de la F.M. Tropical. El rey de la cumbia se echa Axe (el desodorante de los bailanteros) en los sobacos, el pelo, el pecho y las bolas. Se pone su camisa blanca con flores en los bolsillos. Su pantalón rica lewis y sus zapatojos del Once. ¡Señores! Ya está por salir al ring de la vida el rey de la cumbia. Baja las escaleras de su casa, se dirige a la parada del bondi. Se sienta en cualquier asiento. 23 hs. Mírenlo como baja del 168 y se dirige por la calle Salta hasta el pasaje O’Brian. No se detiene ni sonríe. No ve ni escucha a los zanganos vendedores, las putas lo perifonean, los sauneros lo agarran del brazo en vano. No hay criatura de la noche que lo detenga. ¡Va al Bronco sin parar! ¡Oh Barrio de la Sagrada Constitución qué dichoso sos, en tus venas va el anónimo e invisible rey de tus calles y de tus galpones musicales!... ¿No lo oyes respirar, echar montañadas de humo? ¿No sientes sus pasos de lata haciendo a un lado borrachos en el piso?
¡Damas Gratis, Eh, Guacha!, Pibes Chorros, Medialuna, Amarazul, karicia, Débora: Bostas! ¡Basura! Este es el rey de la cumbia y no canta. Baila, baila, paga su entrada, luces, ruidos, peleas, música stereo saliendo de los autos. Caquis (policías borrachos) arrean chicas bailanteras para culiculearlas. Y ahí voy yo, adentro de él, dispuesto a todo.. ¡El Rey paga su entrada de cinco guaracos y una consumisión gratis. ¡Gratis no hay nada y menos en el mundo de la cumbia...!
La autobiografía de Reinaldo Arenas no es autocomplaciente. Tampoco es autocrítica. Lo que se desprende de entre sus líneas es la incomprensión de un alma que nació libre pero que no tuvo ocasión de volar, constreñida como estuvo entre los corsés ideológicos que caracterizaron la sociedad que le tocó crecer y morir. Un paria de la Revolución Cubana, un testimonio de primera mano de las perversiones dictatoriales de Fidel Castro, un ejemplo de represión y de humillación del ser humano. Un legado póstumo que es incómodo. Una denuncia de todos aquellos intelectuales que alguna vez apoyaron la causa castrista y que se dejaron seducir por una militancia fácil y ciega. La crónica de las desdichas de un escritor prometedor y homosexual que fue condenado al ostracismo precisamente por ser ambas cosas.
Cuando Arenas escribe Antes que anochezca ya sabe que va a morir, pues está infectado de Sida. Vive y llora en el exilio, en la ciudad de Nueva York. Y pese a iniciar la que será la última de sus obras, su último grito, la novela nos transmite toda el ansía de vivir del niño y adolescente que todavía es Reinaldo Arenas. Siempre vigilante, siempre en la cuerda floja a causa de su condición sexual e intelectual, el escritor nos muestra cómo todavía le quedan ganas de experimentar, de vivir, de disfrutar de distintos amantes. Las experiencias sexuales, como único motor de liberación del alma, se suceden y subliman en paralelo a su devenir como escritor.
Pero Antes que anochezca también es el homenaje de Arenas a sus amigos incondicionales José Lezama Lima y Virgilio Piñera. Encarcelado y torturado, a Arenas se le obligó a renegar de sí mismo… lo que provocaría que, tiempo después y ya a salvo en el exilio, se decidiese a escribir su obra póstuma y autobiográfica. Con un sentimiento que roza la dicotomía placer/dolor, Arenas arremete fuertemente contra el régimen castrista, denuncia a compañeros y se asienta como uno de los disidentes cubanos más demoledores.
Tan extrema fue su frustración ante la imposibilidad de ver a su país libre que el 7 de diciembre de 1990, Reinaldo Arenas se suicida. La nota que envió a la prensa y a sus amigos explicándoles las causas del fallecimiento fue clara: la culpa era de Fidel Castro. Desgraciadamente Antes que anochezca no es una loa a las virtudes de la vida, muy al contrario. Aquellos que quieran leer una moraleja final que les reconforte, no la van a encontrar. El libro es un canto al odio, al rencor y a la denuncia. El sentido de la vida, Arenas no lo conoce. Por eso en ocasiones se recrea en lo único bueno que le queda: su recuerdo. Detalles sensuales que tienen que ver con el cuerpo masculino, con su infancia, su madre, su playa, su tierra. Con la Cuba que un día soñó pero que jamás pudo ser.
CREADA por el escritor Óscar Colchado Lucio, en 1969 se publica en Chimbote la revista Alborada. Era la época en que el referido puerto vivía el vértigo de la sobreexplotación pesquera y se convertía en atractivo caldo de cultivo para sociólogos y creadores. Denis Sulmont, Gustavo Gutiérrez y J. M. Arguedas, entre ellos. De este modo, Alborada avanza a casi un número por año, en formato oficio, e impresa todavía en mimeógrafo. Entrevistas a importantes actores de la cultura peruana, pero también la colaboración de una gran variedad de creadores y pensadores nacionales, es lo que caracteriza a sus páginas.
Con toda la madurez ganada, en 1977 los editores instituyen una de las agrupaciones decanas de la literatura nacional: el Grupo de Literatura y Arte “Isla Blanca”. Durante ese tiempo se capta el espíritu de los trastornos nacionales y se vive los asuntos políticos con pasión e intensidad. Tal característica marca con creces la orientación ideológica del Grupo, y será a través de Alborada que veremos cómo esta orientación se plasma en los terrenos estético e investigativo. De ello hablan muy bien sus números dedicados a temas específicos, iniciados a mediados de la década del 80, como la literatura erótica, infantil, social, esotérica, lúdica, amorosa, histórica y andina, entre otras.
En la difícil lucha que ha significado hacer cultura durante los años del oscurantismo dictatorial, Isla Blanca vio mermada la aparición periódica de Alborada (apenas un número entre setiembre de 1990 y enero de 1998). No obstante, en los últimos años la Revista ha sabido sobreponerse iniciando la reconquista del terreno perdido. Dentro de esta tarea, surge una nueva e importante etapa: la aparición de la edición número 1 de Alborada Internacional (julio, 2009). Dirigida por Patricia Colchado Mejía desde Alemania, el comité editor de esta revista está conformado por: Marco Chandía (Chile), Isaac Goldemberg (EEUU), Carlos Arroyo (Suecia), Antonio Melis (Italia) y Eduardo González Viaña (EEUU).
Daría todo el oro del mundo
por sentir de nuevo en mi camisa
las frías monedas de la lluvia.
Por oír rodar el aro de alambre
en que un niño descalzo
lleva el sol a un puente.
Por ver aparecer
caballos y cometas
en los sitios vacíos de mi juventud.
Por oler otra vez
los buenos hijos de la harina
que oculta bajo su delantal la mesa.
Para gustar
la leche del alba
que va llenando los pozos olvidados.
Daría no sé cuánto
por descansar en la tierra
con las frías monedas de plata de la lluvia
cerrándome los ojos.
(de Poemas secretos, 1965)
«En el Barrio Puerto de Valparaíso, en los márgenes de esa ciudad integrada a la vida moderna y protegida como Sitio del Patrimonio Mundial, sobrevive aún un tipo cultura popular forjada en los primeros decenios del siglo XIX y retroalimentada a lo largo de las distintas etapas del siglo XX que no está siendo debidamente valorada dentro del Rescate Patrimonial y, por el avance inevitable del progreso urbano, arriesga desaparecer para siempre. Desaprovechándose así un capital sociocultural que ha demostrado ser fundamental en la formación de la identidad de los sujetos que habitan esta ciudad».
De eso trata este libro: del cuestionamiento sobre la valoración que se ha dado a una cultura y un sujeto populares que si bien agonizan día a día en los recovecos de la antigua Cuadra porteña, siguen presentes. Luchando por su derecho a formar parte de una cada vez más frágil y evasiva memoria colectiva. Tozudos, negándose a desaparecer, pese al intento sin tregua de ser borrados de la historia de un Valparaíso que en realidad es mucho más que una linda imagen de postal.
cinthia vásquez
La presente obra acomete una aproximación a la problemática de las manifestaciones culturales -y específicamente las literarias- afroecuatorianas en el Ecuador. Con un manejo lúcido de sus recursos teóricos, provisto de método y pertinencia, nos aleja de viejos prejuicios y arroja luces sobre “lo negro” en nuestras letras, para ayudarnos a leer mejor, agazapados también en su trinchera crítica. Adalberto Ortiz y Nelson Estupiñán Bass son los escritores convertidos en objeto del incisivo estudio de Miranda, que no descuida el peso de la oralidad dentro de la negritud, ni el de las composiciones de los decimeros esmeraldeños.
Desde el discurso de los textos visitados, que va desde la ambigüedad hasta la reelaboración de una identidad afroecuatoriana, parece empeñarse con carácter explorador en el reconocimiento de un horizonte que, aunque a menudo impugnado, siempre ha estado allí. A lo largo del texto se nota una preocupación por interpretar la expresión literaria de un universo que, pese a pervivir junto a otros, ha sido proscrito y estigmatizado como marginal. El autor pretende, de esta manera, descifrar este patrimonio cultural analizando los elementos de su sintaxis y despejando el camino para el lector. Complejidades como la asumida por este estudio, sus tensiones y movilizaciones internas, han sido sorteadas hacia el entendimiento de una idiosincrasia tan rica y cargada de sentido; hacia la lectura de procesos que devienen resistencia étnica e ideológica.
Luis Carlos Mussó
La mesa está esperando la comida.
No vienen los eternos comensales.
Se está quedando sola y aburrida
mirando los oscuros ventanales.
Hay una sopa triste que se enfría.
No hay rastros de la abuela ni señales
del padre o de la madre o de la tía.
Del hijo no se sabe. ¡Desleales!
Se fueron quizás dónde. Así es la vida.
La mesa mira sillas irreales.
Se está quedando sola y aburrida.
Mirando los oscuros ventanales.
Hace un mes
vine a la capital
mi tata nos abandonó
y en la casa el hambre dolía,
ya trabajo en una casa
(la señora dice que de doméstica)
aunque no entiendo muy bien que es eso,
me dieron un disfraz de tela
ese día lloré, lloré mucho
me daba vergüenza ponerlo
y enseñar las piernas,
la señora dice que en mi pueblo
todos somos shucos
por eso me baño todos los días
mi pelo largo lo cortaron
dice que por los piojos,
no puedo hablar bien castilla
y la gente se ríe de mi,
mi corazón se pone triste,
ayer fui a ver a mi prima
voy contenta porque puse mi corte,
el chofer no quería parar
y cuando iba a bajar, rápido arrancó,
-apúrate india burra-me dijo
yo me caí y me raspé la rodilla
risa y risa estaba la gente
y mi corazón se puso triste,
dice mi prima
que ya me voy a acostumbrar,
que el domingo vamos al parque central,
que hay salones para bailar
con los grupos que llegan a la feria
de allá, de mi pueblo,
estoy en mi cuartito
contando el dinero que me pagaron,
menos el jabón y dos vasos que quebré,
la señora dice que soy bien bruta,
no entiendo porque me tratan mal
¿Acaso no soy gente pues?
Rosa Chávez (1980), poeta maya, guatemalteca
Y es que lo que uno lee en estas páginas es el cumplimiento del propósito de entregarnos una narrativa que sin perder el acervo cultural de donde se alimenta, incorpora nuevos elementos discursivos, propone nuevas formas escriturales y hace suyas las técnicas del relato contemporáneo. O sea, por un lado, es una novela conservadora en tanto recrea las tradiciones elementales de su pueblo, mientras que por otro, renueva el discurso literario. Lo revalida y lo proyecta. Estamos acá frente a un relato polifónico, multivocal —coral— cuyas voces se van intercalando en una entretenida y lúdica historia que no pierde jamás su hilo conductor. Llora corazón es la historia del Chimbote popular y jaranero en boca de Bea, cuyo tío le habría encomendado terminar su obra inconclusa. De esta manera, Llora corazón no sólo se hace cargo de la realidad que Arguedas se impuso dar cuenta sino que hace de El zorro, ese diálogo abierto, inacabado, en constante elaboración, de la cultura porteña chimbotana, pero por su universalidad, la del Perú todo y con él, la de nuestra América.
marco chandía
Basta sólo con leer los primeros relatos de este texto para darse cuenta que hoy más que nunca la crónica cobra un real valor como configuradora de mundos posibles. Lo que se halla acá es el manifiesto de una época, de seres de verdad que, pese a sus múltiples marginalidades, construyen la posibilidad de un mundo mejor, esperanzador, positivo. Mundo cachina es el relato de un puerto y de una cultura popular que busca intensamente sobrevivir apegándose a lo más profundo de la naturaleza humana. Con dignidad, sensatez y mucha intuición las vivencias que narra Augusto Rubio son el desgarro de una generación peruana y de una realidad porteña que nos dice que hay algo que aún se mantiene: los hombres y las mujeres reales que pueblan y le dan sentido a ese puerto que suda cebiche, salsa y cerveza. Es notable ver cómo algo tan particular adquiere alcances universales. Y eso se logra con talento y honestidad. El libro de Augusto es eso.
Marco Chandía
cuando mi abuela tenía 5 años
yo era rosada enorme nebulosa
mi padre tenía sombrero con espuelas
la casa era grande
los hijos rubios
y mi abuelo monosílabo y sin risa
ya había perdido las muñecas
mi padre era el arbusto que crecía en el jardín
la casa se llenaba de juguetes
y mi hermano era la próxima visita
empezó a tejer los roponcitos de sus nietos
mi papá tenía 5 años
yo era rosada enorme nebulosa
mi mamá era un punto en el espacio
mi abuelo la mitad de la vida de mi abuela
mis tíos los árboles del cuarto de visita
yo había enflaquecido demasiado
tenía dos letras eSSes en mi nombre
y los 5 años de mi padre en las pestañas
cuando papá cumplió los 10
aprendió a cargarme sin caerse
mi madre -aún no había nacido-
seguía siendo un punto en el espacio
mientras yo
empezaba a construir mi casa
con un patio de huéspedes
para poner las semillas de mis hijos
En estos textos encuentro forma, contenido y mensaje en artística armonía. En estos magníficos relatos, es posible comprobar un trabajo consciente de lo que debe ser una obra literaria, es decir, una obra de arte que se hace con palabras que deben tener un valor poético. En estas páginas, he encontrado ese valor poético de la palabra y una estructura bien diseñada.
Oswaldo Reynoso
Me entretuve recorriendo el mapa virtual de Google Earth para conocer Cartagena, la ciudad múltiple y diversa, los lugares específicos, Castillogrande, El Pozón, para saborear más y mejor Rencor; y de no ser por las amables aclaraciones de mi maracucha amada muchas de las palabras habrían quedado incomprendidas; pero más, mucho más, me gustó la historia y el lenguaje con que la cuentas. No resulta difícil caer en la tentación de seguir el relato sólo desde la mirada pintoresquista, grotesca, barroca y sensual que propone, sobre todo para quienes ese mundo se nos ha presentado siempre así: el estigma del Caribe sabroso y malandro. Pero el esfuerzo merece la pena de leer tu hermosa novela como un retrato honesto, fiel y justo con el mundo popular que retratas. Nos hace bien conocer creaciones de este tipo donde aparte de disfrutarlas, aprendemos parte de una realidad regional poco o mal comprendida por estos lados. Pero me quedo sobre todo con el innegable compromiso escritural, la reafirmación de una postura vital e ideológica que tanta falta se echa de menos en otras no pocas y recientes novelas. Me asombra la transparencia y sanidad con que ves y te haces cargo de ese mundo marginal tan local pero a la vez tan nuestro, tan latinoamericano, tan universal. Tan humano, al fin. Gracias por mostrarnos con respeto y belleza estética evidentes parte de un universo que es así. Y punto. Otra cosa son los juicios de valores. Pero no estamos para eso. Estamos más bien para reconocer que pese a toda la mierda existe siempre la esperanza de algo mejor; nunca puede ni todo ni eternamente ser malo y feo. Keyla lo sabe.
marco chandía
[…]Daniel Santos es un macho entre los machos […] Machismo harénico de Daniel Santos que sólo parece reconocer como deber y responsabilidad la erección puntualísima. Machismo raso y sato, populachero y al natural de Daniel Santos que plagian millones de machos latinoamericanos […] Machos que, previo a formalizar la petición de mano, quieren saber si hay himen […] Machos que, con poética soez, redefinen el lenguaje venéreo -ahí te van siete pulgadas de cariño- […] Machos de todas las latitudes de Tierra del Fuego a Punta Gallinas […] Machos latinoamericanos que ser varón obliga parecerlo primero. Parecer varón instruye un histrionismo rudimental […] Si el voladizo de las tetillas configura los triunfos atléticos de los pectorales la camisa se entreabre en los pezones. Si una rampante vellosidad ocupa el pecho la camisa se desabotona hasta el ombligo. Si el tendido de venas entre las muñecas y los codos revela que se le está dando duro a las pesas la camisa se arremanga. Si la justedad del calzón perfila el tamaño responsable del güevo la camisa se anuda en la cintura. Parecer varón es encuevarse los puños en los sobacos para aupar los bíceps. Parecer varón es apoyar una pierna en la pared y sostenerse con la otra. Parecer varón es juguetearse, dulcemente, con el pubis, con el cabezón del güevo. Parecer varón es encarcelarse en una mano el güevo a partir del mismísimo cogollo. Parecer varón es relatar las incidencias del pon que se le ofreció a una mami a la que un leve temblor cachondo le bajaba desde el papo hasta el anca fondona de yegua real. Parecer varón es pornografiar el relato del pon que se le ofreció a la mami y culminarlo con el golpe narrativo apocalíptico -Le metí hasta los dedos- […] Parecer varón es hacer caso omiso de la pericia dulce, las técnicas de penetración, los primores lingüísticos del ars amandi y restringir el discurso del placer al tamaño del güevo, sensu strictu… (127-130).