Todo esto responde a fin de cuentas con un Chile que ha cambiado, que ya no es el de antes. Ese de blanco y negro que desapareció en septiembre del 73. De ahí para acá todo se vino haciendo distinto. Se modernizó. Y no sólo con la dictadura de Pinochet es que este país ha sido víctima de una transformación cuya principal pérdida es el carácter humano como costo de ese proceso modernizador. La fraternidad de una nación respetuosa de sus raíces, el Chile de tierra, de vecinos amables, de gente sencilla e inteligente ha dado paso al tipo violento o al compadre buena onda por carretero, no por sí mismo sino por lo otro, aquello que de alguna manera nos liga indirecta y a veces espuriamente con el pasado semirural, semiurbano. Ese que aparece vívidamente en la película de El Chacal de Nahueltoro. Un Chile sin duda menos chacal que el de ahora. La Concertación en sus distintos tiempos también hizo los propio, y en aumento. La cuota se rebasa con Bachelet y termina configurándose y legitimándose definitivamente como el peor de todos los Chiles: el de Piñera. Discriminación, violencia extrema, corrupción, estafas millonarias, pésima educación, profes malos, universidades privadas peores...
Por eso que la ocurrencia salta a la vista una vez que nos damos cuenta que Ruiz-Tagle es el mismísimo asesino de Chillán, de una época que hoy resurge pero sólo en forma pintoresca, reducida a un simplón folclorismo, donde cabe todo lo histórico y socialmente anterior a los años setenta. El cambio de ese Chile entrañable es el que, consciente o inconscientemente, se nos presenta por medio de la magistral actuación de este legendario actor ausente por años de este país...