lunes, 13 de febrero de 2012

“Resistencia y escritura en La Habana". Entrevista con Pedro Juan Gutiérrez

José Javier Franco
La Habana, Cuba, 21 de febrero de 2005


El primer libro que leí de Pedro Juan Gutiérrez fue “Trilogía Sucia de La Habana”. Creo que la sorpresa surgió de encontrarme con la descripción de una realidad que, sin ser un panfleto anti-castrista, pero sin dejar de ser un texto político, en el sentido más amplio del término, muestra otra de las muchas caras de Cuba. Y digo otra de las muchas caras, porque la realidad cubana parece multiplicarse según el acercamiento que tenga uno a esa isla de las contradicciones. Tras la lectura de la Trilogía... vinieron otros libros, El rey de La Habana, Animal tropical, El insaciable hombre araña. Luego de la lectura, de cada lectura, se fueron dando las conversaciones con los amigos, esa otra forma de acercarse a un escritor. Desde esas lecturas, desde las conversaciones políticas y literarias sobre Cuba, fue surgiendo la idea de visitar la isla, de encontrarme cara a cara con sus realidades, de hacer esta entrevista.

El primer contacto con Pedro Juan fue a través de su página web. De una serie de mail´s surgió la posibilidad de visitarlo en su casa, en Centro Habana. Seguro a causa de su situación de disidente en Cuba, Pedro Juan se ha vuelto un animal receloso, como todos los animales cautivos. Por fin aceptó y me dio su número de teléfono: ‘Cuando estés en La Habana, me llamas’, me escribió, no sin antes advertirme que no concedía entrevistas políticas. Eso hice, efectivamente, y pautamos la cita.

El edificio, ubicado en la avenida San Lázaro, entre Perseverancia y Campanario, es una mole viejísima, gris, con una pequeña puerta de madera en la entrada. Estar parado frente al ascensor es, de alguna manera, una experiencia literaria, y no exagero. Con ese mismo ascensor se consigue uno en muchas de las páginas de los cuentos y novelas del escritor cubano. Había que tomarlo, subir lenta, carrasposamente por entre esa garganta adolorida. Pedro Juan está a la defensiva, nos mira desde la sospecha. Por las ventanas de su apartamento, que tiene vista por las cuatro esquinas, se observa el pulular del centro, un pedazo del largo malecón, las ventanas indiscretas del vecindario, elementos todos de los que se nutre su escritura. Sobre eso contó muchas historias que no tiene lugar en esta entrevista, pero con las que uno se tropieza en cada página, en cada línea de sus cuentos. Podría decirse que la literatura entra por las ventanas en casa de Pedro Juan.

Ya dentro, el lenguaje hace su trabajo, se mueve por sí mismo, tiene puentes, se abre camino hasta donde (se) quiere llegar. Salimos al balcón, pero la voz del viento era mucho más fuerte que las nuestras e inutilizaba el grabador; entonces, entramos a su habitación. El ambiente era allí más propicio, más íntimo. Sobre la cama estaban muchos de sus trabajos de poesía visual, notas manuscritas, carpetas, lápices, pinturas. En las paredes, un cuadro de él y uno de Yaneth, su esposa. Al pie de la ventana, una mesa, una silla, la vieja máquina de escribir que sigue prefiriendo a la laptop de reciente adquisición. ‘Esa ventana, dijo, la estuve sosteniendo por horas durante el último ciclón’. Yo traía una lista de inquietudes, antes que de preguntas, pero quería, más que hacerle una entrevista, que conversáramos sobre literatura, sobre su experiencia literaria. Esa conversación se mantuvo más o menos en los siguientes términos:

J.J.F.: En la literatura argentina, como en muchas de las literaturas latinoamericanas, existe algo así como una doble figura del padre. Tomo el caso argentino porque lo considero emblemático, pero también porque la literatura argentina se presenta como una de las grandes tradiciones escriturales latinoamericanas. Un panorama, digamos, en el que podemos observar diferentes líneas, diferentes estéticas, corrientes muy variadas. Por una parte, está Borges, como el padre glorificado, reconocido, una figura casi divina, casi mitológica. Por el otro, encontramos a Macedonio Fernández, que es una especie de padre desclasado, olvidado, una figura borrosa en la literatura de ese país, muy a pesar de las reivindicaciones que de él hace Cortázar en su momento, o del rescate que hoy intenta Ricardo Piglia. En el caso cubano, esa figura, ese lugar sagrado de las letras corresponde sin duda a Lezama Lima. El otro, acaso, a Alejo Carpentier... Tengo para mí que tu escritura no se inscribe bajo la égida lezamiana, tampoco bajo la de Carpentier... Parece provenir de otra línea, poco conocida en la literatura latinoamericana. Una escritura que logra “humanizar” a sus personajes, que es una característica que me interesa de tu escritura. Que un personaje pueda eructar, cagar, masturbarse, rompiendo un poco con la figura tradicional de los personajes literarios asépticos... Quisiera que nos hablaras de eso, de esa línea en la que se inscribe tu escritura, pero más allá de esas comparaciones que se han hecho con Charles Bukowski, que me parece una comparación odiosa, o con escritores de la generación Beat, como William Burroughs o Jack Keroac...

P.J.G.: Te voy a dar una respuesta larga, para englobar todo eso de lo que me hablas y quizá un poco más. Yo pienso que en el idioma nuestro hay una larga tradición, desastrosa, de hablar demasiado para decir poco... No sé si eso viene de los políticos o de la literatura. La época en la que yo más sufrí en la universidad... yo hice una licenciatura en periodismo en la Universidad de La Habana... fue cuando tuve que estudiar el Siglo de Oro... en el caso de Cuba, hay dos grandes escritores que marcan la literatura cubana, que son Alejo Carpentier y José Lezama Lima, porque Virgilio Piñera, que tenía otra línea un poco más “vulgar”, nunca fue tomado en cuenta. Era un tipo más loco, era un gay desmesurado que siempre andaba por la calle buscando muchachitos, era un tipo que vivía su vida, que hacía lo que le salía de los cojones o del güevo o del culo... Pero Alejo Carpentier o Lezama Lima eran los dos grandes escritores. Al extremo que son como etiquetas, aquí hay escritores que se llaman a sí mismos lezamianos.

Yo admiro muchísimo a Lezama y a Carpentier. Sobre todo a Carpentier, de quien creo que me conozco su obra bastante bien. Pero cuando admiras mucho a un escritor, debes ponerlo en un altar y no imitarlo. Para mí, Alejo Carpentier es inimitable. Yo siempre lo tuve muy claro, que nunca podría escribir como Alejo, ni me interesaba. Como Lezama Lima mucho menos. Lezama era un tipo muy críptico... él vivía aquí a cuatro cuadras de mi casa, en la calle Trocadero. Lezama vivía en el centro del barrio de las putas de La Habana y parece que le aterraba tanto ese mundo... él era homosexual, no tengo nada contra eso, tengo grandes amigos homosexuales, no se trata de eso, de lo que sí creo que se trataba es del miedo que le tenía él a la vida, veía tanta vulgaridad a su alrededor que vivía encerrado en su casa, en su biblioteca… Sólo hacía literatura a partir de la literatura, de los griegos, de los romanos, de los latinos. Lezama era un tipo muy comelón, que necesitaba mucha comida. A lado de su casa había una pizzería, malísima por cierto, entonces la criada de su casa, que casi era la esposa de él, iba y hacía una cola larguísima desde la mañana, era durante las hambres de los años 60 y 70, luego él iba a la hora del almuerzo y se comía una pizza, se comía unos espaguetis, asqueroso aquello, después iba y hacía un escrito delicioso sobre las grandes comidas del imperio romano. Yo, por supuesto, hubiera hecho otra cosa, no. Yo creo que esa tradición de literatura exquisita, a la larga, ha hecho daño a la literatura cubana, porque fueron dos escritores tan enormes que marcaron a una o dos generaciones de escritores cubanos. Me atrevo a decir que puede suceder lo mismo con García Márquez en Colombia o con Vargas Llosa en Perú, quizá con Borges en Argentina. Acaso lo mismo pasa en México con Octavio Paz, que hizo hasta su pandilla, su grupo... Creo que uno o dos grandes escritores definitivos, se jode toda una tonga de gente, porque a la sombra de esa gente. No es lo mismo en un país donde no haya escritores así; entonces hay más libertad...
J.J.F.: ¿Qué sucede entonces con tu escritura?
 


P.J.G.: Cuando yo tenía 16 o 17 años, ya leía mucho, desde que tenía 7 años, por ahí. Yo leía muchos muñequitos, como le decimos en Cuba a los comic´s, leía Superman, La pequeña Lulú. Por una razón pragmática, porque siempre la vida no es así, en teoría. Yo tenía una tía en un pequeño pueblo de provincia, en Pinar del Río, en el pueblo de San Luis, que tenía una agencia distribuidora de prensa, de muñequitos, de revistas. Entonces yo, desde que tenía 7 u 8 años, le ayudaba a vender revistas y periódicos. Salía a vender las revistas por suscripción, a distribuirlas. Y, por supuesto, estaban ahí las pilas de muñequitos, y yo pasaba leyendo el día entero. Yo vivía en Matanzas, me iba de vacaciones allá y cuando regresaba me iba con una maleta cargada de muñequitos; porque de todo lo que sobraba, mi tía me decía ‘llévate todo lo que te dé la gana’. Entonces, yo me llevaba a Matanzas una maleta cargada y mis padres se molestaban y protestaban. Desde esa época yo andaba cargando libros y muñequitos... lo que nos pasa siempre a los escritores, no. Es decir, que los muñequitos increíblemente influyen en mi literatura actual. Leo mucho en las bibliotecas, en la biblioteca juvenil de Matanzas, hay dos bibliotecas importantes en la ciudad de Matanzas. A los 16 años me tropiezo con un libro de Truman Capote que se llama Desayuno en Tifannis. Me leo aquello y me digo ‘así es como a mí me gustaría escribir si yo algún día pudiera ser escritor. Si algún día llego a ser escritor, porque para mí era una cosa impenetrable... si yo algún día llego a ser escritor, a mí me gustaría escribir así, como este tipo, tal parece que no está haciendo literatura, tal parece que no está escribiendo’. Recuerdo que me lo leí dos o tres veces y empecé a buscar. A partir de Truman Capote empecé a buscar entre los escritores americanos, Sherwood Anderson, John Dos Pasos, Hemingwey por supuesto... Todos esos escritores, son unos cuantos, no son muchos, pueden ser cuatro, cinco, seis, siete... Mogan, que no tiene nada que ver, británico, que entonces escribe de una manera más ampulosa, todo muy elaborado, cronométrico, estos escritores ingleses a mí me molestaban porque, esta gente, qué cojones, hacen como en engranaje, como un reloj, como si la vida fuera un reloj, no. Entonces no me convencían... Ághata Christi, ¿a quién coño se le ocurre cometer un asesinato como si fuera una computadora? Nadie asesina de esa manera, la gente asesina por impulso, pero no así. Lo que te quiero decir es eso, que la influencia mía directa son estos escritores americanos...

JJF: ¿Henry Miller?

PJG: No, a Miller no me lo leí nunca. Incluso hoy en día tengo por ahí Trópico de capricornio y no me lo puedo leer porque para mí es demasiado... no me interesa. Date cuenta que también en Cuba hay una cosa, aproximadamente en el año 60, 61 se produce una escisión de la relación de Cuba y los cubanos con el resto del mundo. A partir de ahí el país se cierra y se convierte en un “laboratorio social”, como se decía. Entonces, se deja de importar libros, deja de entrar prensa extranjera de todo tipo, dejan de entrar programas de TV, de Radio, todo. Cuba se aísla totalmente, en parte por el bloqueo y en parte porque era una voluntad... incluso aquí estaba prohibido escuchar a los Beatles, en algún momento incluso era muy mal visto estudiar inglés. En las escuelas secundarias, en el preuniversitario, se sustituyó el inglés por el ruso. Yo nunca estudié ruso, a mí me cogieron unos cambios de programa y seguí con el inglés, pude seguir en el tecnológico, en la universidad, no tuve nada que ver con el ruso, un idioma que a mí no me interesa. Entonces, estos escritores que en los años 60 comienzan a ser difundidos, en Cuba son desconocidos. A no ser por alguien muy exquisito, que viajara, un hijo de un diplomático, un hijo de papá... yo nunca, yo fui un hijo de un proletario demasiado proletario, así que yo no tenía esas probabilidades. Además, yo vivía en provincia... la Beat generation yo la vengo a conocer ahora, hace 7, 8 meses. Incluso a algunos más acá, porque como Anagrama los publica y ellos me pagan tan poco, me regalan los libros. No me los mandan a Cuba porque les sale muy caro el correo, me los mandan a mi agencia literaria y cuando yo voy a Madrid los recojo... si vas a hablar de influencia es eso, estos escritores norteamericanos del siglo XX por un lado, los muñequitos por otro, y esto no es un chiste, porque los muñequitos funcionan en base a la acción y diálogos muy cortos... Por otro lado… quiero pensar… yo creo que sí… yo vi muchísimo cine, el mejor cine norteamericano hasta los años 50 y, después, a partir del año 60, que el país se cierra sobre todo a EEUU, comienza a entrar todo el cine bueno de Europa, sobre todo el francés, que comienza a hacerse en el 59, 60. Alfredo Guevara, el presidente del Instituto de Cine, era un tipo muy bien formado, había estudiado en Italia, tenía todas las conexiones del mundo, entonces traía todas las películas de Fellini, de Bergman, de todo el mundo. Cada vez que había una buena película él la traía. Las mejores películas de Miro Forman, las tres películas que hizo en Checoslovaquia, enseguida se vieron aquí. Cuchillo en el agua, de Roman Polanski, que es un clásico hoy en día. Todo eso yo lo vi en su momento. Lo mejor del cine soviético, había algunas cosas buenas, interesantes, también las vi. Entonces yo creo que sí, que también el cine me influyó. Yo veo esas tres vertientes...

J.J.F.: Vertientes que, por lo demás, se tornan interesantes en el caso de un escritor, porque de alguna manera construyen una biblioteca muy particular, que es con la que el escritor trabaja. Igual, se convierten en una suerte de textos, texturas, en un gran archivo cultural, como diría Piglia, del cual el escritor va extrayendo temas, pero, sobre todo en tu caso, estructuras, estrategias discursivas. Es una biblioteca que se va haciendo desde el azar, desde las circunstancias, desde las posibilidades que tiene uno de acceder a esas herramientas culturales.

P.J.G.: A los 18 años ya tenía muy claro que quería ser escritor. Eso que tú acabas de decir del azar, yo dije, bueno, sí, yo quiero ser escritor, pero yo prefiero tener una vida más azarosa y con menos estudios literarios, a diferencia de ti. Yo quería ser arquitecto, estudiar arquitectura y tenerla como un trabajo, pero nunca pude estudiar arquitectura, terminé de periodista, lo cual me vino muy bien, porque estás todo el día trabajando con el idioma. Yo ejercí durante 26 años el periodismo, pasé muchos tragos amargos, porque un periodista en un país como Cuba sufre bastante, pero 26 años como periodista me enseñaron a manejar el lenguaje, el idioma. Trabajé 8 años en una agencia de noticias. A los 18 años yo dije, lo que no quiero estudiar es literatura, ni relacionarme con otros escritores, ni tener nada qué ver con la Facultad de Filosofía y Letras, yo me voy por otro rumbo. Por eso tuve tantos oficios, trabajé en la construcción... hice de todo, no sé cuántas cosas hice... yo me dije, a mí lo que me hace falta es conocer mucha gente de todo tipo, tener muchas mujeres, viajar todo lo que yo pueda. No se podía viajar a otros países, pero viajaba dentro de Cuba, hasta los 32 años que, ya como periodista, empecé a viajar, hacia Europa sobre todo. Pero guardaba la escritura como un secreto. Yo era un periodista, simple y sencillamente. A nadie le decía que escribía unos poemas o que escribía un cuento de vez en cuando. Eso yo lo escondía. Hoy yo tengo, en un escaparatico, miles de cuentos. Libros de poesía terminados hay como tres o cuatro que algún día voy a botar, a quemar, no sé. Libros de cuentos, hay unos tres también, que no sirven. Y hay una novela completa y una a medias, que tampoco sirven. Sueltos hay otros cientos de poemas, decenas de cuentos. Todo eso amarrado en paquetes... yo un día cojo todo eso y lo quemo, lo desaparezco. Porque yo era muy exigente, auto exigente. Escribía algo, lo guardaba un tiempo y después no me gustaba, pensaba que no funcionaba, que era muy artificial, que estaba todo muy colocado, por supuesto, no me acababa de convencer. Y seguí insistiendo, insistiendo, pero siempre como un secreto, como el que tiene un hobby pero que no le interesa que nadie se entere porque coleccionas fotos de mujeres desnudas, una cosa así, como si fuera un pecado, entonces las escondes para que nadie las vea. Así hacía yo con la literatura, hasta que en el año 94, creo que en septiembre, yo estaba llevando una vida muy loca, trastornada, vivía solo en esta casa, estuve un tiempo viviendo con mi hijo, luego me quedé viviendo solo, una vida muy promiscua, de muchas borracheras, escribí el primer cuento de La trilogía sucia..., exactamente el primero que aparece en La trilogía sucia... y me gustó. Había logrado escribirlo de una manera muy libre, suelto. Yo estaba en una situación que me daba lo mismo lo que pasara conmigo, me daba igual. Si me metían preso, si me leían, si no me leían... y escribí de esa manera. Entonces, como a los 15 o 20 días, escribo otro cuento, de cosas que me estaban pasando, de mujeres, de templetas, de gozadera, de borrachera. Yo estaba pasando mucho trabajo también. La trilogía... es un libro muy autobiográfico, entonces me sucedían cosas y yo escribía un cuentecito y lo metía en una carpeta. Cuando vine a ver, tenía tres o cuatro cuentos y me dije, coño, esto funciona y me puse ya con un poco más de... Trilogía... de todas maneras, no obedece a un proyecto intelectual, era escribir unos cuentos que me gustaba como estaban saliendo y ya. Yo tenía mucho tiempo, porque estaba lo que se llama ‘el período especial’, año 94 y 95, y trabajaba en una revista que de semanal pasó a mensual y de ser una revista gruesa pasó a nada, a un folleto, entonces tenía 28 días libres al mes y trabajaba dos. Sin dinero, por supuesto, porque el salario no valía nada, pero podía... la literatura es ocio, si tú estás preocupado porque mañana tienes que entrar a trabajar a las 8 de la mañana y te tienes que levantar a las 7 o a las 6 y media, entonces no te puedes sentar a escribir, porque yo me pongo a escribir ahorita y me cogen las doce de la noche, la una de la mañana. No puedo estar con la preocupación de que tengo que ir a trabajar mañana...

J.J.F.: Además, las funciones del trabajo, las obligaciones, se meten en la cabeza y no te permiten pensar, al menos no en la literatura...

P.J.G.: Te matan. Tienes que estar muy relajado, no tener preocupaciones, para estar laborando. Mañana me paro a las 7 de la mañana, hago café y me siento a escribir hasta mediodía, hasta la una, no tengo nada que hacer. Entonces yo tenía mucho tiempo, me pasé tres años escribiendo La trilogía... sin pensar en nada, escribiendo por escribir...

J.J.F.: El afuera, el entorno, la realidad, parecen ser determinante en tu escritura, no sólo en la forma y en el fondo, sino incluso en el ejercicio escriturario... alguna vez dijiste, creo que en El rey de La Habana, que no podías escribir fuera de Cuba... Incluso en muchos de los títulos de tus libros, aparece La Habana, es una presencia constante, una ciudad fantasmática, pero también fantástica, a la que se la siente, no como escenario, sino como un personaje más. La Habana camina, respira, se mueve... es un organismo vivo, una máquina de producción ficcional... No es un lugar, no es el escenario donde actúan los personajes, sino que interactúa con ellos, con Pedro sobre todo, que es una figura central de muchos de tus cuentos. Hay como una decisión del escritor Pedro Juan de colocar La Habana de esa manera y que ese mecanismo se transparente en tus textos. Quisiera que me hablaras al respecto.

P.J.G.: ¿Tú sabes qué sucede con La Habana? Que yo no soy de La Habana. Yo nací en Matanzas e hice toda mi vida entre Matanzas y Varadero... en Pinar del Río, también, mis padres son de Pinar del Río. Entonces yo siempre venía a La Habana, pero me iba, desde niño. Yo tenía dos tíos aquí en La Habana que eran muy ricos, que vivían muy bien, entonces me traían y pasaba aquí dos o tres semanas con ellos. Después pasé aquí el servicio militar, que son cuatro años y medio. Después estudié en la universidad, en fin. Siempre tuve romances con habaneras. La mujer habanera es diferente que la mujer de Matanzas, la mujer de Pinar del Río. La mujer habanera siempre es más agresiva, es más furiosa, es más independiente. Como sucede en casi todos los países, la mujer de la capital es diferente a la de las provincias. Cuando tenía 19 o 20 años, yo tuve un romance con una muchacha de un barrio de la periferia de la ciudad, un romance largo, de dos o tres años, que a mí me marcó mucho. La de ella y su familia fueron vidas frustradas por la pobreza y por el subdesarrollo. Ella quería estudiar medicina, era muy inteligente, muy hábil, muy capaz, pero era muy enamorada, era muy sexual, era muy erótica. Ella vivía en un barrio que se llama el Diezmero en el que hay un machismo galopante, brutal. En Cuba el machismo no es así, tan brutal, pero ahí sí. Entonces empezó a tener hijos de hombres diferentes, cuando vino a ver tenía tres hijos y el barrio se la comió; el subdesarrollo, la pobreza se la comieron, no pudo estudiar medicina, no hizo nada, se quedó embrutecida ahí. Sucedieron muchas más cosas en esa familia. Pero a partir de ahí a mí me marca un tema: cómo la pobreza, el subdesarrollo, puede ser en Cuba, en Venezuela, en Brasil, en cualquier lado, cómo la pobreza y el subdesarrollo destrozan a la gente. Porque es un círculo vicioso, una trampa ¿Tú te has leído El rey de La Habana?

J.J.F.: Sí...

P.J.G.: La tesis esencial de El rey de La Habana es esa. La pobreza, el subdesarrollo como un círculo vicioso del que es prácticamente imposible salir. Estás ahí y no sabes cómo irte, cómo salir. Porque naces en eso y te mueres en eso. Entonces aquello me marcó y yo me dije, algún día tengo que escribir una novela con esta gente, con esta historia. Y eso lo mantuve en el subconsciente hasta que, por azares de la vida, ya con 36, 37 años, me vine a vivir para acá. Ya era un hombre más o menos formado, con una familia, periodista desde hacía años y caigo en este barrio. Al día siguiente me llama un muchacho y me dice: ‘mira, ten cuidado con tu muchacho porque por aquí abajo venden marihuana y te lo pueden complicar, le echan un cigarrito en el bolsillo, te lo complican y el responsable eres tú. Si la policía lo coge con marihuana en el bolsillo...”. Yo me dije, ¿dónde yo me he metido? Porque no parecía, no estaba tan destruido como se ve ahora, estoy hablando de hace 15 años atrás. Entonces me empecé a meter en esta vida, me divorcié, me quedé viviendo solo acá. La vida en este barrio, si no lo vives, no la percibes. En realidad, yo no hablo en mis libros de la ciudad de La Habana, es imposible abarcar una ciudad completa. Imagino que con Caracas es lo mismo, con Sao Pablo es igual... Tú puedes hablar de una zona, yo hablo de Centro Habana, de este barrio. Incluso a veces marco las calle, digo ‘subí por Perseverancia, doblé en Neptuno’, qué sé yo qué. Escribir eso, ir marcando itinerarios, me daba gusto. Es decir, que lo que hago es vivir un área, un barrio, que yo realmente lo viví, realmente era así. Estaba sin dinero, tenía que estar guapeando en la calle, inventando muchas cosas que no escribí porque me daba pena, tenía que buscar dinero y me sucedían millones de cosas en esa búsqueda. Por eso es que este barrio tiene una participación tan fuerte, tan viva en mi literatura, pero lo hice de manera inconsciente. Incluso hay quienes ven una carta política. Yo no pretendí escribir una carta política ni una carta erótica. Yo, sencillamente, lo que me sucedía, lo iba escribiendo. Después cada quien hace su propia lectura. Hay antropólogos que creen que es antropología, hay periodistas que creen que son crónicas periodísticas lo que yo escribo, cada cual cree lo que le da la gana, yo escribí lo que me dio la gana también.

J.J.F.: Quería que habláramos de eso. Uno lo siente en la lectura de esos textos. Hay una fusión de escrituras ahí. La crónica, la autobiografía y la ficción. Esto es parte, imagino, de esa libertad con la que dices sentarte a escribir. Y digo libertad haciendo referencia a tu comentario sobre que La trilogía sucia... no obedece a un proyecto intelectual, sino que es un libro que se fue construyendo a medida que te ocurrían cosas. Digamos que la vida y la escritura iban ocurriendo juntas. Sin embargo, lo que me sorprende es que la autobiografía dé para tanto. Imagino que la salva la ficción...

P.J.G.: La salvan también otras cosas que sucedían alrededor, aquí en el barrio. No sé si los venezolanos son iguales, yo creo que sí, pero los cubanos son muy extrovertidos, hablan mucho y cuentan sus historias. Entonces los vecinos, las viejitas… yo me ponía a hablar con ellas aquí en las escaleras… ya estaba montado en los cuentos, entonces yo lo iba reelaborando y adaptándolo a la vida de Pedro Juan. Sin embargo, te puedo decir que en un 80% ese libro es totalmente autobiográfico. Esa fue una época desproporcionadamente intensa.

J.J.F.: Pero Pedro va a seguir escribiendo y por eso era la pregunta anterior ¿cuándo, dónde se agota la autobiografía? ¿Hay transformaciones en la escritura? ¿Sientes que va rumbo a otra cosa?

P.J.G.: No, lo único que he escrito así, fuera del ámbito autobiográfico, es El rey de La Habana, que está escrito en tercera persona. Ese libro surge a partir de una serie de reportajes que hice en un correccional de menores que hay aquí, en las afueras de La Habana, por Guanabacoa. Ahí me enteré de muchas cosas. Visité el lugar muchas veces, entrevisté a los padres, a los muchachos que estaban detenidos ahí, a los sicólogos, a los educadores. Al final, lo que pude hacer fue un pequeño reportaje, muy elogioso. Las partes oscuras no las pude reflejar... el periodismo, por lo menos aquí, es así. Pero todo eso se me quedó adentro y después salió en El rey de La Habana. Y lo otro que escribí así, que veo como un divertimento, es Nuestro GG en La Habana, que es una novela pedida por el editor de Brasil. Pero todo lo demás se basa en mi experiencia personal, siempre en la escritura se refleja la experiencia personal, de una manera u otra, porque te conoces bien. Entonces yo lo hice de una manera desfachatada, abierta, explícita, al menos en estos tres libros del ciclo de Centro Habana. Se debe publicar en septiembre de este año El nido de la serpiente, memorias del hijo del heladero, que es sobre el Pedro Juan jovencito, entre 15 y 20 años, viviendo entre Matanzas, en La Habana. También es muy autobiográfico, pero se supone que es una novela sobre el personaje, sobre el Pedro Juan literario. Lo que estoy escribiendo ahora mismo también es sobre cosas que me suceden. Yo he tenido siempre un sino en mi vida, quizá yo mismo lo busco, que es vivir muy intensamente, de manera casi corrosiva. Supongo que con los años me vaya frenando un poco. Ahora mismo me quiero ir de este barrio, para frenarme un poco. Porque siempre he vivido así, muy intensamente, con mucha locura. Llevo apuntes, libretas de diario, y cuando pasa el tiempo las utilizo como material. Quiero pensar incluso que ese es un hábito que se consolidó mucho dentro de mí desde la época de periodista. A mí me gustaba el periodismo de investigación, buscaba temas más o menos interesantes, que me obligaran a irme a las provincias, investigar, y después escribía.

J.J.F.: Cuando hablábamos de esas figuras importantes de la literatura, pensaba en el Boom, en las influencias que tuvieron esos grandes escritores en las literaturas latinoamericanas. Ahora es cuando algunos escritores empiezan a desmarcarse, al menos yo lo veo así. Y sin embargo, persisten esas influencias en muchas escrituras, a veces incluso de manera imperceptible. Al deslindarse, una de las líneas de escritura que se abre es esa de la crudeza, de desmitificación de nuestras realidades, de acercamiento a la cotidianidad. Uno, el lector quiero decir, en las lecturas que hace, va estableciendo ciertos vínculos, secretas alianzas entre una y otra escritura. Un trabajo que veo cercano al tuyo, con todas las diferencias que pueda haber, es el de Fernando Vallejo, el escritor colombiano, o Mario Bellatín, el mexicano...

P.J.G.: Leí “La virgen de los sicarios”, pero no conozco nada más...

J.J.F.: Pero a lo que me refiero, a lo que quería referirme, no es a si lo has leído o no. Creo que esa es una de las líneas, uno de los derroteros que han buscado nuestras formas literarias para desmarcarse del Boom, de un lenguaje grandilocuente que se empeñó en construir metáforas inmensas de América Latina. Escrituras que se plantearon descifrar la identidad latinoamericana. ¿Cuál es la apreciación de Pedro Juan Gutiérrez en torno a eso? ¿Qué pasó con la figura del escritor? ¿Por qué volcó la escritura hacia sí mismo? ¿Por qué el escritor dejó de dar las grandes respuestas políticas, culturales, sociales, y se centró en su alrededor más inmediato?

P.J.G.: Cuando tú mencionas el Boom, yo recuerdo inmediatamente a García Márquez, a Cortázar. Como todo el mundo, a García Márquez yo lo leí completo. Primero me deslumbró, pero inmediatamente me di cuenta de que era un carnaval de palabras que a mí no me interesaba como modelo literario. Cortázar hacía una literatura muy diferente. Pero con él me pasaba como con Carpentier, que es un tipo que admiro tanto que no me atrevería a... Cortázar es la literatura por la literatura por la literatura... o Kafka. Los admiro tanto que soy incapaz de imitarlos. Yo los tengo ahí, guardaditos en un altar, a Cortázar y a Kafka, que son mis dos grandes escritores, y no pretendo imitarlos en nada ¿Qué sucede? Date cuenta que la mayoría de estos escritores que tú has citado, incluyéndome a mí, hemos sido siempre gente de izquierda, con una inquietud política y con una militancia política. Yo siempre fui militante, aunque no militante de partido, sino militante de corazón, hacia la izquierda. Y una inquietud y una sensibilidad por la pobreza, al extremo que es ese el centro de mi literatura, la pobreza, el subdesarrollo como círculo vicioso, como trampa, como área de exploración. Es lo que me interesa explorar. No te puedo hablar de otros escritores, te hablo del caso mío. Cojo mi materia de la realidad que me circunda, que es tan fuerte, con gente tan comunicativa -si viviera en Suecia no sé qué escribiría- pero viviendo aquí, es fácil escribir sobre esto. La literatura yo la entiendo como conflicto y como antagonismo. Yo no puedo entenderla de otra manera. Aquí el conflicto y el antagonismo están ahí constantemente. Hay una violencia, una agresividad, una fuerza de la gente que vive condicionada por... La violencia de Vallejo es más extrema que la mía, es una violencia que llega a la sangre, al desprecio por la vida, muchachitos adolescentes que ya desprecian la vida. Ese es un drama terrible, y de qué otra cosa vas a escribir si estás inmerso en ese mundo, escribes La virgen de los sicarios... yo no soy un hombre vacío, yo no me puedo evadir de los problemas que me rodean, de mi barrio... eso me trae problemas, porque escribo de manera tan evidente de las vecinas que me ha traído algunos disgustos, pero eso es como una factura que te pasa la literatura por escribir de esta manera y tienes que enfrentarlo, sabes que tienes que pagar. En mi caso, el peaje es mayor, porque eres el pesado, el que está poniendo el dedo en la llaga. Tú jamás encontrarás en la prensa cubana o en la televisión cubana un reportaje hecho aquí en estos barrios. Esto no existe para la prensa cubana. Para la mayoría de los escritores que quieren escribir como Lezama o como Carpentier, tampoco existe esto. Ellos escriben desde El Vedado para Miramar, o desde Miramar para España, Alemania... y esto lo ignoran ex profeso para no machacarse los huevos. Yo sí he decidido machacarme los huevos y hablar de esto y buscarme problemas. Y yo sé que me estoy buscando líos y que soy el pesaito, yo lo sé, pero lo estoy dejando en blanco y negro. Cuando me muera, creo que me muero con mucha tranquilidad porque lo que me tocaba hacer a mí, creo que lo estoy haciendo. No pretendo cambiar realidades, un libro es una mierda, un libro no puede cambiar nada. Pero por los menos estoy diciendo algo y la gente, el día de mañana, quizás me lean y dice ‘Ah, coño, mira como era esto y todavía cien años después, mira, sigue siendo la misma mierda’. Porque además en eso soy muy pesimista, no creo que vaya a cambiar nada, ni en diez ni en cien años. Creo que cada pueblo tiene un proceso civilizatorio muy largo y que ese proceso no se puede violar. Hay políticos oportunistas, como son siempre los políticos, que tratan de manipular eso y decir ‘ahora sí vamos a salir de la pobreza, en tres años salimos de la pobreza, ahora sí llegamos a la libertad...’ Mira a Lula, en Brasil. Dijo ‘vamos a erradicar la pobreza’ y no ha erradicado ni cojones, porque no la puede erradicar... Es un largo proceso civilizatorio por el que tiene que pasar Brasil, por el que tiene que pasar Cuba, Venezuela, cualquier otro país... Ni los políticos pueden hacer nada, ni que quieran... Lo que quieren es hacerse millonarios y salir echando como hizo Fujimori en Perú o Salinas de Gortari... y la literatura mucho menos ¿qué poder tiene un escritor de cambiar nada? Lo más que puede hacer es explorar un área, una zona, explorar al ser humano. Lo que hizo Balzac, lo que hizo Defoe... Tú lees por ejemplo Moll Flanders, esa novela de una puta es fascinante, cómo ese hombre se metió en la sicología de Moll Flanders, de esta mujer, de esta puta, a mí me fascina... El diario del año de la peste, que lo escribió como 10 o 12 años después de la epidemia de peste en Londres, con esa fuerza con que ese hombre escribió eso, casi es un reportaje... entonces, eso es lo que podemos hacer los escritores, casi nada.

J.J.F: No es fácil acercarse a la literatura cubana. Casi no sale nada o salen los grandes nombres, que reeditan y reeditan. Eso no está mal, pero poco se conoce a los nuevos escritores, a excepción de los que están fuera, los que se han ido. Yo he tenido la suerte de leer a Leonardo Padura, a Abilio Estévez, pero quisiera que me hablaras de algunos otros escritores cubanos contemporáneos que tú consideres de cierta importancia, a pesar de que ya me dijiste que es un mundo con el que no te involucras mucho, pero seguro que lo haces mediante la lectura. Lo que quisiera es que me hablaras como lector de por donde anda la literatura cubana que se produce en la isla...

P.J.G: Yo tengo dos o tres amigos... Somos amigos Leonardo Padura, Marilyn Boves, Amil Valles, Angelito Santiesteban, María Rodríguez, no sé, cuatro o cinco... no muchos, Humberto Colina... Es una gente así, que somos amigos, pero no me prodigo mucho en ese mundo... La literatura cubana está muy desperdigada. Abilio Estévez está viviendo hace años en Palma de Mallorca, publicando en España... y en otros países, ya aquí prácticamente no se le publica. Cabrera Infante, que también tiene dos o tres libros buenos, en Londres de toda la vida. Zoe Valdez que es escritora, puede ser buena o mala, lo que diga la gente, vive en Paris y no la dejan venir a Cuba. Edmundo Desnoe, un escritor extraordinario, se frustró mucho, se fue a Estado Unidos, ahora vive en Boston y no escribió jamás nada. Es decir, que hay una gran dispersión en la literatura cubana, eso es lo que hay que ver, una gran diáspora. Cuando se van muriendo estos grandes escritores que están fuera, entonces en Cuba son reivindicados. Se murió Severo Sarduy, entonces se hizo un coloquio en Casa de las Américas, se publicó un librito de él, pero su obra no está publicada y pueden ser 8 o 10 libros fascinantes. Reynaldo Arenas se murió de SIDA en Nueva York y nunca se ha publicado nada en Cuba. Hay una novela excelente de Guillermo Rosales, que se llama Boarding Home, es increíble, increíble, increíble. Siruela la publicó como La casa de los locos. Tampoco se conoce, nadie sabe nada de eso. Yo mismo, que escribo, mis libros no se publican aquí. Me publicaron este que te di, Melancolía de los leones, una edición pequeñita de Animal tropical, que no se vio prácticamente en ningún lado, no se sabe qué pasó con esa edición de dos mil ejemplares de Animal tropical... Y es una situación muy prolongada, son cuarenta y pico de años manteniendo esta situación... a los escritores que están fuera de Cuba no se publican, aquí se publican nada más a los clásicos, que están muertos ya y son muy convenientes... Pero hay gente escribiendo cosas muy interesantes aquí en Cuba en este momento, no sólo en La Habana, sino en Pinar del Río, que conozco alguna gente... Escribiendo en esta línea de realismo, de indagación, de búsqueda, de desprejuiciamiento, de mostrar el racismo y el machismo... decir ‘bueno, sí somos racistas y machistas, sin corrección política alguna, somos así y punto. Cuando la sociedad cambie, entonces cambiará mi literatura, pero mientras tanto no’. Estos muchachos, escritores de 20 a 30 años, están escribiendo con fuerza, pero no logran publicar, apenas un cuentecito por aquí, por allá, es una cosa casi subversiva escribir aquí en Cuba, no. Y eso dificulta mucho el trabajo de los escritores. Tú escribes, pero después tienes que tener un editor y tienes que publicar y vender y vivir de la literatura para que, lo que hablábamos ahorita, poder dedicarte a tus libros por lo que te queda de vida, no. Y entonces la situación es un poco frustrante, tal como yo la veo. Acaba de pasar una feria del libro, que se hizo aquí con bombos y platillos... yo no voy a esas ferias del libro, no me interesa, porque son básicamente libros de Julio Verne, de Chejov, de Balzac... o muchos libros políticos, básicamente. Y dos o tres cositas que publican por ahí...


J.J.F.: Bueno, yo conseguí una joyita... Todos los cuentos, de Piñera.

P.J.G.: Ah, mira, ni sabía que los habían publicado, qué bueno. Eso es muy raro, pero no quiero entrar en profundidades. Sí es una literatura efervescente. Tú me perdonas que yo vaya a decir esto, porque tú eres venezolano, pero a mí me parece que en América Latina hay tres grandes cuerpos literarios. Uno es el Argentino, básicamente el de Buenos Aires, porque es poco lo que se conoce de Rosario, Córdoba o Tierra del Fuego. El otro es el mexicano, que tampoco es Monterrey, ni Tijuana ni Yucatán, es Ciudad de México. Y el otro es el cubano. Son cuerpos literarios que vienen desde finales del siglo XIX. En Chile, Nicanor Para y dos o tres escritores. En Perú, otro tanto, César Vallejo, Mario Vargas Llosa, Bryce Echenique. En Colombia, igual, García Márquez y dos o tres más. Y así, cuando analizas, yo lo digo con todo rigor. Aquí sucede lo mismo, los santiagueños, desde Santiago de Cuba tienen que venir a La Habana a publicar. Y esos tres grandes cuerpos literarios, dejando fuera a Brasil que es una maravilla, pero como ellos hablan portugués o brasilero, ya no se sabe ni qué es lo que hablan, es otra cosa. Eso sí es fascinante, el cuerpo literario, artístico, de experimentación que hacen ellos. Yo a Brasil lo conozco un poco, he visitado varias ciudades, lo he visitado desde hace veinte años. Pero dejando fuera a Brasil, México, Argentina, Cuba, esos son los tres cuerpos literarios que marcan las pautas de nuestra vida, ¿Estás de acuerdo, no?

J.J.F.: Sin duda, pero yo he pensado, por ejemplo en el caso venezolano, que la ausencia de una tradición tan férrea como la argentina le brinda a los escritores cierta libertad...
P.J.G.: Pero eso es buenísimo, por lo que tú decías, yo no lo había pensado desde ese punto de vista, pero en Venezuela, como no hay sombra, hago lo que me salga de los huevos y lo que haga puede ser novedoso, puede ser bueno, porque hasta ahora nadie he hecho ni cojones o se ha hecho muy poco.

J.J.F.: A mí me encantaría haberte traído algo, pero no lo tenía conmigo en Caracas. Son dos novelas de Renato Rodríguez, un escritor venezolano, que escribió hace tiempo, en los 60 o 70, en las que se logra ese vínculo con la realidad del que venimos hablando, esa construcción un poco más humana, más creíble de los personajes y que considero una escritura muy cercana a la tuya, quizá con abundancia de palabras, pero sin la pretensión de un lenguaje “poético”. Se trata de Al sur del equanil y La noche escuece. Es un escritor marginal, incluso a nivel académico es poco o nada lo que se estudia de la obra de Renato Rodríguez. Algunos lo han catalogado incluso de basura. Pero a mí me parece genial, sobre todo que se haya hecho en Venezuela.

P.J.G.: Otra cosa es que los escritores latinoamericanos tienen que publicar en España para que los conozcan, porque si no te quedas ahí, en tu paisito y no te conoce nadie, te leen los cuatro gatos que están alrededor tuyo. Yo tuve mucha suerte, porque La trilogía sucia..., que fue el primer libro que traté de publicar, se lo di a dos redactoras de la editorial Oriente, de Santiago de Cuba, en el año 97, cuando hubo un inicio de recuperación editorial, porque las editoriales estuvieron paradas desde el año 91, no había ni siquiera papel. Ellas estuvieron en mi casa, estuvimos bebiendo y yo les leí un par de cuentos. Ellas se llevaron el libro, pero parece que cuando lo leyeron le cogieron un miedo terrible y nunca me contestaron. Luego, lo mandé a buscar a Santiago con un amigo y lo traje para acá. Vino una francesa como jurado al Casa de las Américas, entonces se lo di y se encaminó por España. Todo fue muy azaroso. Lo escribí a lo loco, lo terminé a lo loco. Cuando me llamó Herralde, que es el editor de Anagrama, me dijo ‘Sí, yo quiero publicarlos, pero en un solo volumen ¿qué título tú le pondrías?’. Él, muy profesional, pero yo no sabía nada, le dije ‘No sé, yo lo que veo es algo así como una trilogía sucia de La Habana’. Y él me dijo ‘ése mismo es el título’ y colgó, para no darme tiempo de rectificar. Yo no pude hacer un trabajo de edición, por eso es un libro lleno de chapucerías, de repeticiones... la idea mía era que saliera un librito cada año, si salían los tres libros. Hoy en día yo no me atrevería a releerlo, porque me echaría a llorar. Pero, bueno, ya está publicado. Ahora acaba de salir en Noruega y en Israel, una edición en hebreo. Es decir, que el libro ha salido en 17 o 18 idiomas.

J.J.F.: Te quería preguntar sobre otras cosas. Uno, yo al menos, primero te conocí como narrador. Después uno descubre que eres pintor, fotógrafo, que haces esculturas. Eso me hace pensar en ese cuento que está en Melancolía de los leones, ‘Cosecha de pedros’. Entonces, quería preguntarte sobre esa convivencia entre el Pedro pintor, el Pedro cuentista, que yo siento se transparenta en la escritura. La pregunta sería, no sé si la más acertada, ¿por qué tantos lenguajes? ¿Qué pasa ahí con eso que se quiere llevar al otro o confesar al otro? Yo veo la literatura como confesión también...


P.J.G.: Si, parece que en mí hubo siempre como una voluntad o una vocación comunicativa. Traté de estudiar pintura cuando era adolescente, pero no pude. En Matanzas había una escuela de arte muy buena, pero no pude. Después empecé a estudiar pintura por mi cuenta y hago mis trabajos. Hay una necesidad de comunicarme y utilizar los medios a mi alcance. Escultura hace tiempo que no hago, porque no tengo condiciones. Además no tengo tiempo. La literatura me lleva muchísimo tiempo, para escribir tres o cuatro páginas, nadie sabe el tiempo y la energía que hay que gastar y la concentración que tiene que tener uno. Lo que hago entonces es pintar. Pinto bastante. Tengo unos 60 o 70 cuadros. Hice una serie de poesía visual, pero la enfermedad de mi madre me tiene también muy paralizado. Ahora estoy muy activo es con la literatura y la pintura. Cuando me agoto con una cosa, paso a hacer la otra. Este año, quiero decir 2004, que estaba muy agotado porque había escrito casi un libro anual, me concentré en Lulú la perdida, del que ya hay algunos poemas en mi web site, me concentré en eso y en la poesía visual. Y en tomar notas. Ahora es que me vengo a concentrar en una novela, pero la literatura se ha ido convirtiendo en el trabajo principal. Lo otro es como el violín de Ingrid, la pintura me ayuda a relajarme. De poesía, cada tres o cuatro años escribo un libro, casi sin darme cuenta. Empiezo con un poema y cuando vengo a ver, viene el otro, el otro, el otro. En un año, puedo hacer un libro de 80 páginas. Y la poesía visual es como un juego. En el periodismo, me encantaba la crónica literaria, ahí podía jugar con la realidad, moverme, ficcionar; en otros géneros periodísticos no, tienes que ser sumamente informativo. Parece pues que es eso, una serie de voluntad comunicativa.

J.J.F.: Voy a leerte una frase que copié de Piñera: “Algún día se verá que tuve razón en quedarme a vivir en mi país, a pesar de la difícil situación. Razón, decía, y sentido histórico”. De alguna manera, eso tiene que ver con tu decisión de ocupar un lugar de resistencia, de confrontación, aquí, en La Habana. Eso marca la escritura, sin duda. Más allá de los conflictos con los otros, o con el gran Otro. Pero lo que me interesa es, digamos, la relación contigo mismo, con Pedro Juan, para mantenerse ahí, así. No creo que ése sea el lugar tradicional del intelectual, del artista de feria, de club literario, de congreso de escritores. Es un lugar al margen de muchas cosas ¿cómo pelea Pedro Juan desde ahí consigo mismo?

P.J.G.: El problema es que yo soy un cubano privilegiado. Desde principio de los años 60, comenzó una emigración muy fuerte. Se supone que en este momento hay entre dos y medio y tres millones de cubanos en el exterior por razones políticas o económicas, o por razones político-económicas. Pero no vamos a analizar el éxodo. Te decía que soy un privilegiado porque he podido viajar y regresar. La primera vez, te dije, fue en el año 82, tenía 32 años, y fue a RDA, la Alemania socialista. Después fui a la Unión Soviética, a Polonia, a España, México... Cuando viajas, puedes tomar distancia y comparar lo que tú tienes con el resto del mundo. Poco a poco me di cuenta que no importa donde viva, siempre voy a ser el mismo. Yo soy yo, en confrontación y problemas y líos conmigo mismo, con mi propia razón de ser. El hecho de ser racional ya es un problema. Como dice el budismo, el primer motivo de sufrimiento es el nacimiento. Desde el momento en que naces, ya te estás buscando un problema. En el budismo se dice de manera más elaborada, pero en esencia quiere decir eso. Entonces yo tomé la decisión de quedarme. Yo tengo aquí a mis cuatro hijos, la más pequeña tiene cuatro años... tengo aquí a mi madre, a quien no quiero darle la espalda. Aquí tengo a mi gente, a mi familia, mis lugares. Yo estoy escribiendo ahora una novela que es a base de recuerdos, incluso de los tres años ¿Por qué yo voy a renunciar a eso por unas circunstancias políticas coyunturales muy específicas? Que pueden ser muy adversas, sí, pero uno tiene que tener un poco de cojones en la vida, no hay otra manera de decirlo. En definitiva, la vida en Venezuela no es tan fácil o para los brasileños la vida no es tan fácil, ni para los americanos... donde quiera que estés... pero además, yo tengo como una vocación hacia la pobreza, hacia la miseria, tengo que indagar en ellas. Tengo la suerte de que he podido vivir en todos los niveles sociales. Cuando visitaba a mis tíos ricos en La Habana, debía comer con servilletas, copas, la punta del cuchillo o la del tenedor y todo muy exquisito y cuando llegaba a mi casa en Matanzas era con una cuchara, el plato en la mano. Por eso creo que he sido como un explorador de la realidad que me circunda. Aquí me consideran por lo menos el pesado de la familia, pero en otro lugar siempre voy a ser un ciudadano de tercera categoría, aunque sea un escritor o un intelectual, lo que sea, siempre vas a ser un extraño, un extranjero. Entonces también es una decisión muy pragmática. Me quedo aquí y me arriesgo y pa’lante, no. No sé si te respondo, pero por ahí va la cosa. Y en esencia, soy un hombre muy sentimental. Incapaz de darle la espalda, de alejarme de mi madre, de mis hijos, alejarme de lo mío. Me parece que es una especie de traición. Esta gente de aquí del barrio... yo escribo, ellos no saben escribir. De algún modo, te puede parecer un poco petulante esto, pero de algún modo, yo soy como la voz de los que no tienen voz... Yo, Leonardo Padura o Amil Valles, que también vive aquí cerca y escribe sobre esto mismo, somos un poco la voz de los que no tienen voz ¿Voy a irme a beber a una fabela en Río de Janeiro? Eso que lo haga Paolo Lins, que lo hizo muy bien con Ciudad de dios. Él lo hizo ahí porque conocía donde vivía. Yo lo hago aquí, porque lo conozco y es de esto de lo que tengo que escribir.

J.J.F.: Esta es quizá una pregunta incómoda. En los cuentos se devela, no sé con qué propósito, cierta vinculación religiosa. Hace un rato nombraste el budismo, pero me refiero a la religión afrocubana, a la santería, a la religión Yoruba... ¿qué vínculos te unen a ella?

P.J.G.: Lo que ha habido siempre es una búsqueda espiritual... Siempre no. Yo sostuve esa búsqueda hasta los 13 o 14 años, después fui muy marcado por el materialismo, el marxismo... Incluso fui ayudante del profesor de marxismo en un Tecnológico en el que estudié construcción. Era ayudante de filosofía marxista, eso me hizo ateo durante mucho tiempo. Después, en los 90, empecé a recobrar el interés por esa búsqueda espiritual. Aquí es inevitable pasar por la santería, sobre todo en La Habana... lo que he hecho es tratar de serenarme un poco para no volverme loco. Yo me entrego mucho en mi escritura... ahora estoy estudiando Yoga, practico la meditación, creo que eso me ha ayudado mucho... Pero no me gusta hablar de eso, no soy un especialista en el tema... es una búsqueda y más nada... Vamos a ver el atardecer, ya hace 17 años que estoy viendo eso y no me canso...

jjfranco@gmail.com

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